Desde hace varias décadas la cultura de la muerte opera ampliamente en nuestra sociedad, y esta solo puede ser neutralizada si se desarrolla una sólida conciencia de la vida.
Es admirable el progreso que la humanidad ha tenido en las últimas décadas, toda una revolución tecnológica, con su abanderado en el terreno de las comunicaciones y grandes avances en medicina que han mejorado notablemente la calidad y expectativas de vida.
Paralelo a estas bendiciones han surgido acontecimientos dolorosos que han empañado la vida del hombre, como son las guerras, los conflictos bélicos y las disputas internacionales, aparte de lo aún más nefasto para el mundo: las miseria moral y material dejada por las dos grandes ideologías totalitarias, del nazismo y el comunismo.
Las secuelas del paso de estas ideologías son tan profundas que han condicionado el comportamiento humano de las generaciones posteriores en el mundo, trayendo sufrimiento a los pueblos, al promover la aceptación social de una cultura de muerte, en la cual los seres humanos suprimen legítimamente vidas humanas cuando consideran que estas no son útiles o perfectas, o son incómodas para alguien.
Con esta cultura de muerte, los seres humanos creen que hay vidas que carecen de valor y por esto deben desaparecer, se toman la atribución de elegir quién vive y quién no, al igual que los programas eugenésicos de los nazis, que consideraban inútiles a los enfermos, minusválidos, viejos, a los que estaban sufriendo, etc.
Específicamente, lo más nocivo que han legado, es la aceptación social del aborto como algo normal de la sociedad, como un derecho. Algo que antes era malo, ahora es considerado como un método anticonceptivo, y como un mecanismo eugenésico para eliminar patologías. Se exige su legalización para garantizarle a la mujer el derecho a disponer de su cuerpo.
Es así como en realidad se crea una ley humana contraria a la ley de la Naturaleza, ignorando que el nuevo ser, tiene el derecho primario, de donde se desprenden los demás derechos, que es el derecho a la vida.
Es inconcebible que, planteamientos sin base científica como los que defienden el aborto, tengan tanta aceptación en la sociedad. Esto es debido a que se ha aprendido a despreciar la vida del no nacido y su eliminación se ve tan simple. Algo tan tremendo termina adquiriendo apariencia de normalidad.
Y el costo de esta nueva forma de vivir es muy alto. Se ha despojado al feto de su dignidad humana, se ha normalizado el maltrato cruel hacia el más débil, y se ha profanado el lugar donde naturalmente debería haber más seguridad y protección, el seno materno.
Es muy peligroso para una nación cuando el Estado no puede o no quiere garantizar la protección de los más débiles, pues ahí radica su fortaleza, así como una cadena es tan fuerte como lo es su eslabón más débil.
Si se revisan las cifras de abortos en el mundo, es aún más alarmante. Según el portal guttmacher Institute, ‘aproximadamente 121 millones de embarazos no planeados ocurrieron cada año entre 2015 y 2019 (en el mundo). De estos embarazos no planeados, el 61% terminó en aborto. Esto se traduce en 73 millones de abortos por año’. Esta cifra equivale a desaparecer la población total de Colombia y de Ecuador, juntas. ¿No es eso aterrador?
Entonces, ¿qué podemos hacer para contrarrestar la cultura de la muerte?
La única forma de terminar con una cultura es contraponiendo otra. Así que si se quiere salvar a la sociedad es necesario fortalecer la cultura de la vida y sobreponerla a la de la muerte.
Todo ciudadano debería reaccionar y no resignarse al falso progreso, que lo que pregona es la construcción de un mundo donde la vida es solo un asunto administrativo.
El verdadero progreso es proclamar y defender la verdad de la vida, solo así la sociedad podrá tener una coherencia, una salud mental optima y racional, en donde se resuelvan los problemas de una manera inteligente y con esfuerzo. No es nada progresista buscar resolver los problemas personales y sociales eliminando vidas; la muerte nunca ha sido un signo de progreso.
Se debe extender la “cultura de la vida” y no es necesario crear movimientos ni campañas, solo es que la gente se concientice de todo lo que se ha perdido y se perderá si se sigue asumiendo la cultura de la muerte. Se debe mostrar la belleza de la vida e identificar la fealdad de la muerte.
Quienes tienen la conciencia del valor de la vida, deben hablar, dar ejemplo y convencer de las bondades que la conservación de la vida humana trae a la sociedad, al Estado y a la familia.
Y, así como la cultura de la muerte ha sido promovida incansablemente usando todos los medios existentes, la cultura de la vida también se debe difundir y promover a través medios de comunicación, de escuelas y universidades. Se debe ejercer influencia en el ámbito cultural, en el social y en el político, así, algún día la sociedad terminará entendiendo que la verdadera libertad está en respetar la vida y que este respeto es la piedra angular de la supervivencia de la especie humana.
Editorial VCSradio