6 minutos de lectura. Existe una cura infalible para una pandemia. Te contamos de qué se trata.
En China existe una historia documentada, acerca de un famoso chef imperial que luego de su jubilación se dispuso a descansar y vivir bien y cómodamente, ya que había recibido una jugosa indemnización y pensión vitalicia del Emperador.
Regresó a su pueblo natal donde construyó una lujosa residencia, y en el centro del pueblo abrió una taberna donde vendía comidas y bebidas finas, con una elegancia tan exquisita que toda la alta sociedad acudía diariamente para disfrutar de tan valiosos servicios.
Algunos meses después de abrir la taberna, comenzó a circular rumores sobre una epidemia que estaba propagándose por el condado. El chef aterrado ante la posibilidad del contagio, cerró la taberna y se encerró en su mansión a esperar que pasara la epidemia.
Sin embargo, cada vez más personas se contagiaban de la enfermedad y no había medicamento conocido que la contuviera. De un momento a otro las personas caían enfermas y al cabo de pocos días morían en medio de sufrimientos. Las calles quedaron desiertas y solo se veían cuerpos sin vida tirados en las avenidas.
Los médicos de la corte se sentían profundamente desmoralizados y los funcionarios eran presa de pánico. De repente sus riquezas, fama, belleza y méritos no valían nada. El pesimismo se apoderó de la población.
A pesar de todos los cuidados y aislamiento estricto, el famoso chef se contagió. Comenzó a sentir los primeros síntomas, debilidad, mareos y vómitos con sangre. Su cuerpo se retorcía de dolor. Aterrado ante la muerte inminente se subió a lo alto de su ventana y miró todo el panorama desolador. En voz alta y con lágrimas en los ojos pronunció:
“¿De qué sirve la fama? He sido un chef imperial famoso y no obstante no tengo el poder de resistir esta enfermedad. La mala fortuna nos puede tocar en cualquier momento. Nadie puede escapar”.
Luego añadió: “Como me estoy muriendo, ¿de qué me sirve quedarme con toda esta riqueza? Bien podría dársela a los pobres que han sobrevivido para que puedan tener algo para comer, o ropa decente para vestir”.
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Luego de tener este pensamiento, dejó de lamentarse y bajó apresurado y sin miedo. Ya nada le importaba, ya no tenía que cuidarse de la plaga, ya no tenía miedo. Su corazón estaba lleno de energía positiva y la fuerza en sus extremidades regresó.
Salió de la casa y se dirigió a la taberna. Ordenó a sus sirvientes valientes que sacaran toda la comida y prepararan platos deliciosos para todos los que quisieran comer. Luego compró y repartió ropa a todos los pobres harapientos. A diario los más necesitados acudieron en tropel para saciar su hambre y recibir ropa nueva que los protegiera del frío y la suciedad.
El chef también organizó un grupo de voluntarios para enterrar los cadáveres que yacían tirados en las calles y campos. En medio de todo esto, se le olvidó la enfermedad y hasta los dolores menguaron.
El ejemplo del chef se extendió entre los ricos del lugar quienes reflexionaron:
“Si voy a morir, bien podría hacer algo bueno y significativo”. Todos apoyaron al chef ayudando a los pobres y más necesitados.
Gradualmente, y sin darse cuenta, el miedo general hacia la plaga desapareció y la gente comenzó a salir a las calles que poco a poco fueron recuperando su actividad normal.
A pesar de que aún no se había encontrado la cura, todos en el pueblo, estaban llenos de compasión. La gente era amable y los problemas y pleitos fueron olvidados.
El viejo chef se dio cuenta que sus propios síntomas habían desaparecido. Se había recuperado y su cara tenía el brillo saludable de siempre.
Una noche, en sus sueños el chef vio que un maestro daoísta le decía:
“Por su poderosa virtud se le ha otorgado la cura de oro. ¿Por qué molestarse con medicinas herbales? Su milagrosa energía creó remedios de oro para curar la plaga. ¡Aquí le dejo los remedios!”.
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Al despertar, el chef encontró una caja con varios medicamentos. Luego de hacer una reverencia de agradecimiento al maestro daoista, preparó las medicinas en varios litros de agua y dio a beber a los enfermos que encontró en su camino. Todos se recuperaron de inmediato.
Luego el chef llevó las medicinas al palacio imperial en la ciudad capital. La plaga terminó.
Cuando el emperador escuchó lo que había pasado con el chef, reflexionó sobre su propia conducta y decidió ser un gobernante más bondadoso y generoso. Se dio cuenta que cuando se piensa en los demás antes que en sí mismo, la solución aparece naturalmente.
Luego, con el mayor agradecimiento y respeto por el chef, el Emperador escribió una pancarta, con grandes caracteres:
“La virtud, es la cura de oro”. Historia recopilada por Minhui.org
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