8 minutos de lectura. En nuestro mundo actual, se están destruyendo los valores tradicionales de muchas formas. Veamos cómo el globalismo ataca el sentido de nación.
Mucho se ha dicho sobre la forma como el globalismo está destruyendo los valores de nuestra sociedad actual. Pero poco se dice sobre la destrucción de la nacionalidad, a pesar de que ésta es la que ofrece el sentido de identidad a las personas.
Muy seguramente, la mayoría de nosotros pensamos que la nacionalidad es algo tan natural en la existencia como la raza o el sexo. Pero lo cierto es que este concepto es relativamente moderno.
La mayoría de los expertos consideran que las naciones realmente tomaron forma hacia la época de la Revolución Francesa. Antes de esa época, primaba el imperio al cual pertenecía el rey, quien incluso podía no hablar el mismo idioma de sus gobernados.
Así mismo, la religión también representaba un vínculo muy fuerte, independientemente de que se hubiera nacido en París o en Londres.
Pero cuando se conformaron los diferentes países, con una cultura, idioma y gobiernos que unían a sus ciudadanos, las fronteras delimitaron ese sentido de pertenencia a una nación.
Hoy en día, ese nacionalismo que muchos consideran una ideología, se ha arraigado hasta el punto de que, sin importar dónde nos encontremos, el pasaporte que llevamos dice todo sobre nosotros.
Sin embargo, con el avance de la tecnología y del transporte, las distancias se han reducido, favoreciendo el intercambio mundial no solo del comercio, sino de las ideas y de la cultura.
Es muy cierto que la globalización ha traído enormes beneficios para el bienestar general, gracias a la posibilidad de tener el mundo al alcance de la mano.
Pero hay que tener cuidado de no confundir esa ‘globalización’ con el ‘globalismo’ promovido por muchos líderes mundiales. Debido a la ambigüedad de los términos, es fácil caer presa de la ideología del globalismo, que vende la idea de un mundo sin fronteras, como un paraíso donde todos somos iguales.
El globalismo es una ideología que sólo se interesa por crear un mundo uniforme, controlado por un gobierno único, para lo cual se apoyan en organismos tan poderosos como la ONU y cantidades de ONG que promueven todo tipo de iniciativas.
Así es como el apoyo a la migración hacia EEUU y la Unión Europea permite la llegada de miles de desplazados que van permeando las culturas de los países receptores. De este modo, ya un porcentaje cada vez mayor de pobladores tienen origen foráneo.
Con la migración, la llamada cultura judeo cristiana en Europa, se está viendo cada vez más arrinconada ante la musulmana. En EEUU la población blanca es cada día menor frente a latinos, asiáticos y afrodescendientes.
Pero no es esta la única herramienta utilizada para destruir la identidad nacional. La ideología del pensamiento único está uniformando rápidamente lo que es correcto ante la sociedad. Quienes no acepten incondicionalmente la ideología de género, el aborto, la eutanasia y el feminismo extremo son rechazados en las redes sociales, ávidas de nuevas víctimas.
Todo lo anterior parecería simplemente una cuestión de cambio social, de evolución progresista o de superación de ideologías obsoletas.
Pero el globalismo va mucho más allá. Aunque es la izquierda internacional encarnada en el progresismo la que ha tomado todas estas banderas, ella también es apenas un instrumento. Los globalistas están por encima de las ideas de derecha o izquierda.
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En realidad, el globalismo utiliza indistintamente a quien considera útil para lograr su propósito final que es el control poblacional. Ya desde los años 1970 se trazaron metas claras sobre esto, pues se considera que un porcentaje muy alto de la población mundial está sobrando.
Por lo tanto, su agenda incluye múltiples factores que se han ido desarrollando en el tiempo, y han marcado una clara tendencia hacia la destrucción de las identidades nacionales, familiares, cultura tradicional, y todo aquello que impida una globalización total.
Sin embargo, esa no será una tarea fácil. El sentimiento de nación en estos 250 años se ha arraigado profundamente en la mayoría de los países.
Eso es sin contar con que países como China, con una cultura milenaria que el maoísmo no logró borrar, tienen un sentimiento de nación que hacen a sus ciudadanos únicos ante el mundo. Lo mismo se puede decir de muchas culturas orientales como la japonesa y la coreana.
Por otro lado, líderes como Putin, el mismo Xi Jinping o Jair Bolsonaro son absolutamente nacionalistas. La frase de “America First” de Trump es, para millones de norteamericanos mucho más que un eslogan.
La nacionalidad se ha forjado en la mayoría de los países a lo largo de siglos, y no se puede erradicar fácilmente.
Por ejemplo, el imperio inca abarcó en su momento a Perú, Bolivia, Ecuador y parte de Chile y Colombia. Luego, estos territorios fueron conquistados y gobernados por España que les legó su cultura y religión. Pero, aunque todos ellos tienen una raíz común, mismo idioma, cultura, historia y raza, sus pobladores se sienten primero ciudadanos de su país antes que partícipes de ese pasado común.
Por todo esto, aunque la acometida globalista ha sometiendo a muchos gobiernos, ya sea por debilidad o conveniencia, no ha podido eliminar del todo las nacionalidades. La idea de integrarnos en un rebaño masivo sin identidad no parece ser algo que encaje en la idea de ningún pueblo.
Al contrario, se puede percibir que esos vientos de las nuevas ideologías están destinados a convertirse en brisas leves, en la medida que, por su exceso, están saturando a la gente, y ya se pueden ver como lo que son: burdos elementos de manipulación y adoctrinamiento que, lejos de construir, buscan destruir a la sociedad actual.
Es importante que todos entendamos a la globalización como un intercambio de ideas, en medio del respeto a lo ajeno. Porque la manipulación para llevarnos a todos hacia un solo redil, donde seremos convertidos en números sin identidad, no es, definitivamente, ningún paraíso.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
Fuentes: Panampost y otrolunes.com
Foto: Envato
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