
Confucio, el sabio maestro chino, era un experto en comprender y desarrollar las habilidades individuales de sus alumnos. No importaba si eran tímidos o extrovertidos, fuertes o débiles, o rápidos o lentos para aprender. Confucio se adaptaba a cada uno de ellos y los ayudaba a alcanzar su máximo potencial.
Ran Qiu era un joven brillante y ambicioso. Su sueño era convertirse en un funcionario del gobierno, y estaba decidido a trabajar duro para alcanzar su objetivo.
En la antigua China, los funcionarios del gobierno debían ser versados en una amplia gama de temas, incluyendo poesía, literatura, rituales y música. Ran Qiu, que aspiraba a ser un funcionario, se matriculó en la escuela de Confucio para aprender estas habilidades.
Ran Qiu trabajó duro al principio, pero con el tiempo, su entusiasmo se desvaneció. Se volvió perezoso y desinteresado en las clases. Un día, Confucio notó el cambio y le preguntó qué pasaba.
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Ran Qiu se disculpó con Confucio, “No es que no aprecie sus enseñanzas. Es solo que no creo que sea lo suficientemente bueno para aprenderlas”.
La frustración de Ran Qiu lo llevó a la pereza y la desesperación. Se sentía incapaz de alcanzar los ideales de Confucio y atribuía sus fracasos a su propia falta de capacidad. Pensaba que, si no podía ser perfecto, entonces no valía la pena intentarlo.
Ran Qiu había esperado aprender las habilidades prácticas necesarias para ser un funcionario, pero se encontró con un conjunto de principios más elevados y abstractos. Le preocupaba que no fuera capaz de seguirlos.
Ran Qiu se desilusionó con las enseñanzas de Confucio. Había llegado a la escuela con la esperanza de aprender las habilidades necesarias para convertirse en un funcionario gubernamental. Sin embargo, los principios de Confucio eran demasiado elevados y abstractos para él. Parecían imposibles de aplicar en el mundo real.
La frustración de Ran Qiu lo llevó a la desmotivación y la autocompasión. Se sentía incapaz de alcanzar los ideales de Confucio y atribuía sus fracasos a su propia falta de capacidad. Pensaba que, si no podía ser perfecto, entonces no valía la pena intentarlo.
Confucio alentó a Ran Qiu a seguir intentándolo. Le dijo que no era su falta de capacidad lo que le impedía aprender, sino su falta de perseverancia. Le recordó que incluso las personas menos capaces pueden alcanzar grandes cosas si no se dan por vencidas. finalmente le dijo: Si te fijas un límite que te impide avanzar, ¿cómo puedes tú adelantar de este modo?”
Ran Qiu se sintió avergonzado y arrepentido. Confucio lo animó a no rendirse y a seguir trabajando duro. Le dijo que, con perseverancia, descubriría su verdadero potencial.
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Confucio ayudó a Ran Qiu a superar sus dudas y a recuperar su pasión por el aprendizaje. Ran Qiu se dio cuenta de que Confucio era un maestro sabio y comprensivo que lo ayudaría a alcanzar su máximo potencial.
De la historia podemos aprender la importancia de no compararse con los demás. Cada persona tiene sus propias fortalezas y debilidades. En lugar de compararte con los demás, céntrate en mejorar tus propias habilidades y capacidades.
No te rindas ante los desafíos. Si te fijas un límite, nunca podrás alcanzar tu pleno potencial.
Finalmente, Nunca pierdas la confianza en ti mismo. Todos tenemos un buen potencial, pero debemos creer en nosotros mismos para poder alcanzarlo.
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