
Descubre la emocionante aventura de una familia de flamencos que busca un nuevo hogar
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A esta colonia de flamencos que vivía en el zoológico de un atractivo y gigantesco parque, le habían construido un pequeño lago para exhibirlos y convertirlos en una de sus más concurridas atracciones. Todos los días recibía la visita de muchos niños y personas de todos los lugares del mundo, que los admiraban por su espectacular belleza.
¡Mamá, mira ese pequeño, es muy lindo! Su color es rosado y tiene unas patas muy delgadas y largas y, el cuello, mira… ¡sí que es largo!
– ¿Podemos llevarlo para la casa? Dijo emocionado un pequeño visitante.
El chico señalaba a Tito, el más pequeño de los polluelos que, junto con sus hermanos y Clotilde, su madre, hacían tímidos movimientos y aleteos ante la presencia de tantos espectadores.
Los flamencos, cuando sentían hambre, hacían un enorme estruendo con sus graznidos que se oía por todo el parque. Su madre, al escucharlos acudía presurosa para conducirlos al comedero ¡Tranquilos, mis pequeños… es hora de merendar estas deliciosas pepitas, con sabor a cangrejo!
Con el paso del tiempo los flamencos se convirtieron en exuberantes aves que llamaban la atención por su porte y gran tamaño; su desplazamiento era tan armónico, que parecía que ejecutaran pasos de una coreografía de ballet.
– ¿Si han notado, hermanos? Nuestro plumaje se hace cada vez menos colorido y sin brillo por la falta de consumir alimentos naturales, en especial los camarones, se lamentaba Lalo.
Una tarde, mamá flamenca observaba con mucha atención cómo sus hijos se retiraban al lago, uno tras de otro: metían sus cabezas dentro del agua para intentar encontrar algo de alimento natural, se bañaban y acicalaban su plumaje, pero lo más curioso era que parloteaban enigmáticos por largo rato.
Y estos hijos míos, ¿qué estarán planeando? Se preguntaba Clotilde
Una noche, mientras descansaban apoyados en una de sus patas junto a su madre, Lalo, el flamenco mayor le dijo:
– Madre, este lugar es muy pequeño, todos los días estamos siendo observados por mucha gente; en el lago las larvas y los insectos son muy escasos, queremos conocer otros lugares y probar su comida; sobrevolar las costas y chapotear en aguas marinas.
– ¡Sería muy divertido y fascinante emigrar a un lugar desconocido, saborear aguas saladas… un lugar muy tranquilo para descansar y sobre todo, donde seamos libres! Agregó Tito, el menor de los flamencos
-Jajajaja, qué ocurrencia, hijos… ¿Pero a dónde podríamos ir? Dijo Clotilde.
-Acá nacimos y hemos crecido, pero nos gustaría conocer otro ambiente; tenemos unas fuertes alas y largas patas que nos ayudaran a volar por largos trayectos. ¿No les parece fantástico? Dijo Rike, el más curioso.
Su madre los escuchaba maravillada, pues sus hijos habían crecido y estaban tomando decisiones con determinación, querían buscar solución a sus necesidades, lo cual, a ella la hacía sentir muy complacida.
-De acuerdo, hijos, pero yo tengo mis años y me siento un poco cansada, no sé si podré resistir el viaje.
– ¡No te preocupes, madre, todos cuidaremos de ti!, Exclamó Rike.
A la mañana siguiente, la ausencia de los flamencos fue muy evidente. En el parque se armó tremendo alboroto. Los cuidadores inmediatamente organizaron una intensa búsqueda por todos el lugar: los llamaron, los preguntaron y nadie dio razón alguna de ellos. Los demás integrantes de la colonia, al notar la ausencia de Clotilde y de sus hijos, se pusieron tan tristes y, con gran nostalgia, dejaron caer lágrimas durante toda esa mañana.
Ya Clotilde y sus hijos habían volado un buen rato, cuando de pronto… ¡Hermanitos, esta corriente de aire es muy fuerte, no me permite avanzar! Exclamó Tito, muy preocupado, haciendo grandes esfuerzos por sobrepasarla con enérgicos aleteos.
¡Tomémonos muy fuerte de las alas y continuemooooos! gritaba Lalo, para animarlos. ¡No, no, no puedo continuar! dijo Clotilde. El viento tomó tanta fuerza y hacía un estruendoso ruido que las pobres aves no lograron luchar contra él y, luego de varios kilómetros y largo rato de dar muchas vueltas por los aires, despertaron en algún lugar, muy adoloridos y desubicados.
¡Aquí están, los he encontrado! gritó uno de los guardias. Estaban tirados sobre las atracciones del parque infantil: con sus alas desplumadas, el cuello tronchado, una que otra pata rota, muy mareados y con un terrible dolor de cabeza. Su estado era muy lamentable. Con mucho cuidado, auxiliados por sus cuidadores fueron llevados a donde estaba el resto de la colonia.
A pesar de haber pasado por una recuperación lenta, su deseo de volver a intentarlo no desaparecía, soportar el dolor y el miedo a volar, los hizo más fuertes y decididos.
Una tarde, el parque ya había culminado su jornada, los trabajadores iban de regreso a sus casas…cuando sobre ellos pasa un sutil aleteo; la familia de Clotilde, se alejaba ante la mirada atónita de algunos transeúntes. Siguieron su camino a lo desconocido, muy decididos. – ¡Sigamos esta ruta que nos lleva al sur y así evitaremos las tormentas! Manifestó Lalo.
En medio de las nubes y los tenues rayos del sol mañanero, divisaron un selvático valle, el perfecto para darse un buen descanso.
¡Hermanos, aquí hay un refrescante lago con muchos insectos y larvas! Exclamó Tito emocionado.
Aaaah, esto sí que tiene sabor… mmm cuánto deseaba esta fresca y deliciosa comida, dijo su madre saboreando. Merendaron, tomaron suficiente agua; estaban estirando sus alas y aspirando todo el aire posible, cuando de pronto… una mancha oscura con un par de ojos que los miraba sin parpadear, se acercaba muy despacio hacía ellos. Rike, con gran afán y tartamudeando, exclamó:
-¡Un co co co driloooo! ¡Vámonos, o si no, seremos devorados de un solo bocado, este lugar no es seguro para vivir. ¡Madre dame tu ala, apóyate en mí!
Sin pensarlo, aletearon con tanta fuerza y alzaron vuelo despavoridos. El susto fue tal, que apenas si lograron controlarse en el aire, pues estuvieron a punto de ser atacados por el gigantesco depredador.
Continuaron el vuelo, subieron por altas y congeladas montañas que se hacían cada vez más heladas; temblaban por el frío, sus picos se agolpaban; pero no paraban de volar. Formaban una línea de color rosado bajo la luz de la luna, sus alas parecía que se les paralizaban, estaban tan cansados. De repente un gran estruendo alertó a una gran colonia de flamencos que estaban departiendo en la playa de una hermosa laguna costera. Todos corrieron a ver que sucedía… en el suelo yacían los cuerpos de Clotilde y sus hijos, tan congelados que parecían enormes paletas de fresa.
Ahhh, estos pobres, parece que han tenido un infortunado viaje… arropémoslos con nuestras cálidas alas y prendamos una pequeña hoguera para brindarles calor. Dijo el líder de la agrupación.
Aaaaaah, ay, ay, en dónde estoy? Pregunto Kike, sacudiendo sus alas, estirando su trochado cuello y tiritando de frío. Pero qué gran sorpresa se llevó cuando levantó la cabeza y se vio rodeado de unas caras muy familiares; habían llegado a una hermosa playa habitada por una gigantesca colonia de flamencos rozagantes, que los acogieron con gran amabilidad.
Uno a uno se fue reponiendo lentamente. ¡Lo hemos logrado… ¡este lugar es maravilloso! dijo Tito, dando saltos y aleteos.
¡Siiii, me siento muy feliz, valió la pena haber soportado con paciencia los momentos difíciles que se nos presentaron!
Fue tanta la celebración, que todos se contagiaron de emoción y armaron un gran festín: interpretaron hermosos cánticos de graznidos, saltaron, chapotearon, probaron las anheladas aguas marinas; comieron una gran variedad de camarones, larvas y algas.
Hijos, qué bien lo han hecho, es así como se logran las metas: con determinación, valentía y disciplina. ¡Me siento muy orgullosa!
Entrada la noche, un poco cansados, pero muy satisfechos por haber conseguido lo que tanto anhelaban… se apoyaron en una de sus patas junto a la gran colonia, cerraron sus ojos y durmieron plácidamente.
Escrito para VCSradio.net por Consuelo Blanco Mejía