
Captura de Pantalla: Violencia en Haití
La impactante transformación en la vida diaria de los haitianos en Puerto Príncipe, sumidos en la desesperación por la violencia desenfrenada de las bandas. La inseguridad ha convertido zonas antes seguras en territorios hostiles, forzando a la población a vivir con miedo constante
La realidad en Puerto Príncipe ha experimentado una transformación radical; ya nada se asemeja a lo que era antes, con las bandas instaurando el terror día y noche. Incluso las interacciones sociales se desmoronan, cediendo paso a la desconfianza en un país, Haití, con más de 360,000 desplazados internos a causa de la violencia, una cifra proporcionada por Naciones Unidas que aumenta a diario, especialmente en estos días marcados por los ataques de las bandas con el objetivo de derrocar al gobierno liderado por el primer ministro Ariel Henry.
El primer ministro de Haití, Ariel Henry, declaró su intención de renunciar como líder de la nación caribeña una vez que se haya establecido un consejo presidencial de transición y se haya designado un primer ministro interino. Este anuncio se produjo el 11 de marzo, luego de semanas de presiones internacionales debido a la creciente violencia en el país, marcado por la presencia de pandillas y ataques selectivos contra infraestructuras clave.
La vida de muchos haitianos se ha convertido en un nomadismo forzado. Esta situación se agrava cada día, con jóvenes pandilleros ocupando las calles en lugar de estar en las aulas. En este escenario, la confianza en el prójimo se desvanece y la cotidianidad se ve sumida en la incertidumbre.
El trazado urbano de Puerto Príncipe ha experimentado una metamorfosis; las áreas sin ley se multiplican y algunos barrios quedan totalmente entregados a bandas armadas que controlan al menos el 80 % de la capital. Esto obliga a la población a restringir sus movimientos, transformando la expresión cotidiana de “hasta mañana, si Dios quiere” en un sombrío “hasta mañana, si los bandidos quieren”.
La inseguridad ha llevado al país a un estado casi inhabitable. Las zonas consideradas seguras se han convertido en epicentros de violencia, forzando a los civiles a huir y abandonar sus hogares. En medio de este caos, las actividades socioculturales se ven drásticamente reducidas, desde la vida nocturna hasta los deportes y la comida callejera, que antes eran parte integral de la vida en Haití.
Las bandas ahora imponen su propia ley, reemplazando la ausencia de un Estado efectivo. La policía, desprovista de recursos y sin una voluntad clara para abordar la crisis, se ve superada. La miseria, la pobreza y el hambre son una constante en la vida de los haitianos, y la esperanza parece desvanecerse, motivando a muchos a buscar emigrar a otros países en busca de un futuro más prometedor.
Estados Unidos, Canadá, Francia, México, Nicaragua, Chile y la República Dominicana se perfilan como destinos preferidos por aquellos que buscan escapar de la crisis. Profesionales clave, como médicos, enfermeros y abogados, han abandonado el país, sumiendo a Haití en una crisis de desempleo. La falta de oportunidades y la creciente inseguridad han llevado a empresas al borde de la quiebra.
La situación ha alcanzado tal extremo que algunos haitianos están dispuestos a rendirse, buscando refugio temporal en programas humanitarios como el ‘parole’, que ofrece residencia temporal en Estados Unidos para ciudadanos de ciertos países. Otros, más impacientes, optan por esperar en la República Dominicana, mientras que algunos atraviesan México en su intento de llegar a suelo estadounidense. No obstante, aún hay quienes mantienen la esperanza de recobrar la vida que conocían, moviéndose por el país sin temores. La expresión “Pa gen Kanaran san dezè (No hay Canaán sin desierto)” resuena como un mantra en esta sociedad, aferrándose a creencias mágico-religiosas mientras enfrenta los desafíos desgarradores que la realidad les presenta.
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