
6 minutos. Uno tras otro, todos los países latinoamericanos desean probar la fallida fórmula izquierdista. Pero se trata de un veneno que siempre produce los mismos resultados.
En los últimos tiempos se ha venido presentando una arremetida de la izquierda radical en Latinoamérica; ya no por medio de revoluciones como ocurrió en su momento en Cuba, sino en el ámbito de las elecciones democráticas. Ahora, el triunfo de Gabriel Boric en Chile muestra un preocupante cierre del círculo, cuando ya son pocos los países al margen de esta tendencia.
Después de la imposición de la dictadura cubana hace 60 años, hubo un largo período de aparente quietud de los movimientos de izquierda en Latinoamérica. En 1970 se presentó el experimento de Allende en Chile, con las desastrosas consecuencias sociales conocidas, las cuales llevaron a la dictadura de Pinochet.
Cuba, por su parte, se preocupó por dar apoyo a las guerrillas izquierdistas americanas, especialmente en Colombia, donde las FARC y el ELN, así como otros movimientos de menor vida (recordemos al nefasto M19, de donde proviene Gustavo Petro), crecieron en poder, aunque no en popularidad.
Sin embargo, la izquierda internacional no estaba dormida. Mientras aprendían de sucesivos fracasos, especialmente el de la Unión Soviética, quedó claro que la imposición de su ideología era un asunto de largo plazo. En 1990, en el Foro de Sao Paulo se trazaron los lineamientos para la obtención del poder en el continente americano.
Desde entonces, se ha llevado a cabo una continua campaña de adoctrinamiento en escuelas y universidades. Así mismo, muchos medios se han inclinado por las ideas de izquierda, abriendo el camino para que, especialmente los jóvenes, vean una salida para un futuro mejor, con las promesas populistas que los líderes progresistas hacen, como siguiendo un libreto perfectamente aprendido.
Dichos líderes igualmente hicieron suyas todas las nuevas ideologías, como el ambientalismo, ideología de género, el indigenismo, el feminismo y el movimiento LGBT. Con todo esto, comenzaron a sumar miles de seguidores descontentos e influenciados por corrientes de pensamiento provenientes de Europa y EEUU.
El primer gran triunfo lo obtuvieron en Nicaragua; pero fue Venezuela, antaño el país más rico del continente, el que marcó la pauta con el “Socialismo del Siglo XXI” de Hugo Chávez. En pocos años destruyeron la economía de ese próspero país, llevando al hambre y el exilio a millones de venezolanos. Por medio de una dictadura férrea, el chavismo se ha mantenido en el poder por más de 20 años. Naturalmente, lejos de ser criticado, es aplaudido y admirado por todos los florecientes líderes de la izquierda latinoamericana.
Sabiendo esto, no es extraño que ese modelo ya fracasado en muchos países, pero especialmente en Cuba y Venezuela, siga fascinando a tantos políticos populistas ávidos de poder. Ya fueron derrotados en Ecuador y Brasil; pero Bolivia y Argentina prueban una y otra vez la misma receta, con los resultados conocidos.
Recientemente, Perú decidió unirse al club, en unas elecciones apretadas donde el maestro de escuela rural Pedro Castillo accedió a la presidencia sin poseer ninguna experiencia administrativa, apoyado en una ideología marxista de corte radical.
En Honduras, ganó la presidencia Xiomara Castro, esposa de Manuel Zelaya, destituido de la presidencia en 2009 por su pésimo manejo de la economía nacional. Pero parece que los hondureños están convencidos de que la misma fórmula fallida ahora sí va a funcionar. De hecho, las primeras declaraciones de la presidenta electa no trataron de su programa de gobierno, sino de su admiración y respeto al régimen chavista. Seguramente desea convertir a Honduras en una segunda Venezuela, asunto en el que los dirigentes de izquierda son expertos.
Finalmente, contra todo pronóstico, Gabriel Boric se impuso por un amplio margen en Chile. Recordando a Allende, esto nos deja claro que los chilenos decidieron probar de nuevo la fallida fórmula. Para ello eligieron a un joven agitador, con problemas mentales, sin ninguna experiencia en el gobierno ni en lo laboral, motivado solamente por una ideología extrema de odio al rico y desmantelamiento de las instituciones existentes.
En Colombia el ambiente electoral se encuentra agitado, puesto que en mayo se llevarán a cabo las elecciones presidenciales, en las cuales el ex guerrillero del M19 Gustavo Petro lidera las encuestas. Con una historia reciente de agitaciones semejante a las de Chile, el panorama no se ve muy diferente al del país austral. Tanto es así que Petro dijo que lloró al conocer el triunfo de Boric, asegurando que ahora le toca el turno a él. Y es que, como en los otros países latinoamericanos, sus propuestas absurdas calan hondo entre sus seguidores. A ninguno le importa que se les diga que va a llevar al país a la bancarrota, que su admiración por Chávez ya es una advertencia nefasta, o que todo lo que propone es irrealizable. Para sus seguidores es miel que cae del cielo.
Sabiendo que también en Brasil Lula da Silva comienza a subir en las encuestas, cabe preguntarnos: ¿para dónde va nuestro continente? ¿Cuantas veces nos tienen que engañar con las promesas populistas, asegurándonos que nos van a convertir en la Noruega del sur (como lo dice Petro), para que dejemos de tomar una y otra vez el mismo veneno que nos venden como remedio?
Entonces, ¿por qué nuestros países creen que la misma táctica va a dar un resultado diferente? Los analistas dicen que la derecha en el continente se volvió cobarde, que el odio de clases tan hábilmente enseñado ha enceguecido al pueblo, que la corrupción de una clase política tradicional indiferente ante sus votantes los ha hecho caer en las garras de políticos populistas y astutos.
Realmente todo esto puede haber contribuido para la situación que se está presentando. Pero debemos recordar que cada pueblo tiene los mandatarios que se merece. Por algo a ellos se les llama representantes. Entonces no podemos culpar solo a factores externos por el abismo que hemos abierto a nuestros pies.
Es cierto que en los colegios adoctrinaron a los jóvenes, pero, ¿dónde estaban los padres? ¿algún gobierno se preocupó de lo que estaba pasando?
Observando todo este panorama sombrío debemos cuestionarnos seriamente para dónde van nuestros países. Parece como si todos se hubieran puesto en fila, siguiendo primero a Cuba y después a Venezuela. Ciegamente, al borde del abismo, vamos caminando detrás de ellos, viéndolos caer, pero pensando que a nosotros no nos pasará nada malo. Creemos ilusamente que el mismo veneno a nosotros sí nos salvará.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
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