6 minutos de lectura. La sabiduría y el conocimiento no se expresan a través de largos discursos, sino por las acciones que emanan de ellas. Veamos cómo un discípulo espiritual aprendió esto gracias a una aguja.
Un cierto maestro espiritual había ganado reputación, no por su florido verbo, sino por el contrario, gracias a su talante reservado. Era sabido que transmitía sus enseñanzas con muy breves y elocuentes palabras, evitando caer en los extensos discursos. Muchos decían que enseñaba más con su silencio que muchos otros con largas discusiones.
Por esto, se le conocía como “el maestro del silencio” o “el yogui de la lengua quieta”.
Pero entre sus discípulos destacaba un joven que daba mucha importancia al razonamiento intelectual, y permanentemente trataba de conducir a su maestro hacia las conversaciones más profundas del espíritu.
Este discípulo parecía necesitar que todo fuera elaborado a través del pensamiento. Pensaba que cualquier idea que no pasara por el tamiz lógico no tenía ninguna validez. Tenía la creencia de que la comprensión intelectual era la única que podría responder todas las preguntas metafísicas que se planteaba.
Cierto día, ya convencido de que la reticencia de su maestro a la discusión teológica era producto del desconocimiento de las verdades, decidió confrontarlo. En aparente actitud de humildad, mientras todos los discípulos se encontraban reunidos con su maestro, le dijo:
-Maestro, desde hace un tiempo he observado que no me respondes a mis preguntas. He querido conocer sobre los grandes misterios de la existencia y sobre la ambivalencia de la vida. También de los enigmas de la muerte y el más allá, e incluso el sufrimiento que padecen los seres humanos y su relación con la divinidad. Pero nunca me respondes ninguna pregunta, y verdaderamente no puedo entender la razón de tu negativa. Necesito que me aclares, pues a veces siento dudas acerca del camino que debo tomar.
Pero, una vez más, el maestro guardó silencio mientras envolvía a su discípulo con una mirada benévola y compasiva. Todos los alumnos se dejaron llevar por la profunda y pacífica energía que emanaba del espíritu del maestro. Sus mentes fueron llevadas por las alas de la divinidad celestial.
Una vez terminó la reunión espiritual, el maestro hizo una seña al discípulo inquieto, indicándole que se quedara. Este, que ya pensaba que nuevamente tendría el silencio como respuesta a sus inquietudes, se detuvo con algo de inquietud.
Cuando estuvieron solos, el maestro le entregó una aguja y le dijo:
-Sostén esta aguja y colócale una gota de agua en la punta.
-¡Pero eso es imposible! –repuso sorprendido el discípulo
El maestro lo miró con una sonrisa, y le contestó:
-Aun así, es mucho más fácil hacer eso que pensar que puedes responder con el intelecto aquello que se encuentra más allá del intelecto mismo. Conserva esta aguja y cuélgala a tu cuello. Cada vez que comiences a complicarte con pensamientos abstractos, recuerda lo que te digo: “Encontrar las respuestas que buscamos a través del intelecto, es más difícil que colocar una gota de agua en la punta de una aguja”.
Después de escuchar esta enseñanza, el joven discípulo bajó la mirada, sintiendo vergüenza ante su maestro por su impertinencia e ignorancia. Pero este le dijo con su serena voz:
-Tranquilízate y no te sientas abatido. Esta aguja me la entregó hace muchos años mi maestro en circunstancias parecidas a las que ahora tú vives. Desde entonces la he llevado colgada al cuello, y cada vez que estoy a punto de hablar de más, la toco y recuerdo que debo contener mi lengua. Ahora es tuya y espero que te sirva tanto como me ha servido a mí durante mi camino en la búsqueda de la verdad.
Cuento anónimo adaptado para VCSradio.net
Narración: Javier Hernández
Música de fondo: Música de la Iglesia – Envato
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