14 Minutos. La gaita que hacía bailar a todos es un divertido cuento que enseña sobre la honestidad y la bondad y que puedes escuchar o leer a continuación:
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La gaita que hacía bailar a todos.
Había un hombre que tenía tres hijos. Los dos mayores eran de lo más listos
y siempre se estaban burlando del pequeño. Un día dijo el padre:
—Ya que este hijo mío no sirve para nada, que todo el día se está ganando
burlas, voy a ponerlo de pastor a ver si se espabila.-
El chico se hizo pastor y ya llevaba un año guardando cabras cuando un día
se encontró con una anciana que le dijo:
—Muchacho, ¿qué haces tú aquí, siempre guardando las cabras?
Y le dijo el chico:
—Pues sí, es que mis hermanos se ríen de mí y mi padre me consiguió este trabajo de pastor.
La anciana insistió:
—Y ¿qué tal te va de pastor? ¿Tienes buen amo y buena comida?.-
—No me quejo, señora. El amo es bueno y la comida también.
—¿Así que estás contento? ¿No te falta nada?
—Pues sí, me gustaría tener una gaita, para entretenerme.
La anciana sonrió y de entre los bultos que llevaba sacó una gaita y se la regaló.
El chico, apenas se hubo ido ella, empezó a tocar la gaita y, de inmediato,
todas las cabras comenzaron a bailar. Y cuanto más tocaba, más bailaban y más contentas las cabras. Y así ocurrió un día tras otro: él tocaba la gaita y las
cabras bailaban hasta caer rendidas. Y sus cabras estaban siempre bien gordas y contentas y, con tan buena disposición, daban mucha más leche que antes.
Los demás pastores, que veían lo gordas que estaban las cabras del chico, se
preguntaban qué hacía para tenerlas siempre con tan buena apariencia. Hasta
que descubrieron que las cabras bailaban al son de la gaita y se lo fueron a decir
al amo del muchacho, pero el amo no se lo quiso creer.
Así que se fue a donde estaba el chico con las cabras y le dijo:
—A ver, ¿por qué están las cabras todas echadas en vez de estar brincando
como las de los otros pastores?
Y le respondió el chico:
—Porque están descansando-
—Entonces ¿es verdad que las cabras bailan?-
—Sí, señor. Bailan en cuanto yo les toco la gaita.
—Pues eso lo tengo y o que ver —
El chico se puso a tocar la gaita y todas las cabras se levantaron y empezaron
a bailar contentas. También bailó el pastor. Todos bailaban tan a gusto que el amo empezó a bailar también; así estuvieron hasta que el chico se aburrió de tocar la gaita, se echó a descansar, y lo mismo hicieron las cabras y el amo.
el amo se fue a su casa y se lo dijo a su mujer. Y ella incrédula, le contestó:
—¿Dónde se ha visto que las cabras bailen?
—Pues anda a verlo, las cabras bailan y yo mismo también bailé.
—Eso lo tengo yo que ver —
Llegó la mujer a donde estaba el pastor con las cabras y le dijo que tocara la
gaita. En cuanto comenzó a tocar, se levantaron las cabras y se pusieron a bailar
y, en seguida, la mujer del amo se puso a bailar también y así estuvieron hasta
que el pastor se aburrió de tocar y todos se tumbaron a descansar del baile.
Cuando la mujer llegó a su casa, le dijo su marido:
—¿Qué? ¿Han bailado las cabras?-
—Han bailado las cabras y yo con ellas. Cuando ese pastor toca la gaita, todos tienen que bailar.
Como aquello les parecía muy raro, decidieron despedir al pastor. Cuando el
pastor se fue, las cabras fueron enflaqueciendo todas y dejaron de dar leche, y
se fueron muriendo todas de tristeza.
Mientras tanto, el joven pastor volvió a su casa y contó lo que le había pasado,
y sus dos hermanos se estuvieron riendo de él hasta hartarse. Entonces el padre
dijo:
—Como este muchacho no sirve ni para pastor, ustedes van a tener que trabajar
para vivir, porque yo solo no puedo mantener la casa.
Al día siguiente, el padre mandó al hermano mayor a vender manzanas al
pueblo. En el camino, el hermano mayor se encontró a una anciana que le
preguntó:
—¿Qué llevas en el saco?
Y el mayor le respondió de mala manera:
—Llevo ratas.
—Pues ratas se te volverán.- Dijo la anciana.
Llegó el mayor al pueblo y empezó a ofrecer las manzanas; y cuando la
gente le pidió verlas, abrió el saco donde las llevaba y salieron decenas de ratas
del saco; la gente, enfadada, le dio una paliza y el muchacho se volvió a su casa
magullado y sin un centavo.
Al otro día, el padre envió al mediano a vender naranjas. En el camino se encontró a la misma anciana, que le preguntó:
—¿Qué llevas en el saco?.-
Y el mediano le respondió de mala manera:
—Llevo pájaros.
—Pues pájaros se te volverán.- Le dijo la anciana.
Llegó el mediano al pueblo y empezó a ofrecer las naranjas; y cuando fue
a abrir el saco, salieron unos pájaros volando y no quedó nada. Y el pobre se
volvió a casa todo desconsolado. Entonces el pequeño le dijo al padre:
—Padre, déjeme a mí ir al pueblo a vender algo.-
Los dos hermanos mayores se rieron de él diciendo:
—¡Qué vas a vender tú, tonto, si no hemos vendido nosotros!
Pero el padre lo dejó ir y le dio una gran cesta de uvas para vender. En el
camino, el chico se encontró a la misma anciana, que le preguntó:
—¿Qué llevas en el saco?
—Uvas para vender. ¿Quiere usted unas pocas?-
—No, gracias. Muchas uvas venderás.- Respondió la anciana.
Apenas llegó el chico al pueblo, empezó a vender las uvas. Y cuantas más
vendía, más había en la cesta, de manera que no paraba de vender. Hasta que,
por fin, llenó de dinero una bolsa que llevaba y se volvió para su casa.
Al otro día, el pequeño salió con su padre a vender aceite y todo el aceite que
vendían lo cambiaban por huevos. Cuando volvían a casa con todos los huevos, el chico estaba tan contento que sacó la gaita y empezó a tocarla. Y el padre le dijo:
—¡Hijo, por Dios, no toques la gaita, que los huevos empezarán a bailar y se
romperán todos!
—No se apure usted, padre —
Decía el chico. Y seguía tocando y todos los huevos iban bailando en las cestas. Y el padre le decía:
—¡No toques la gaita, hijo, que se romperán los huevos!
—No te preocupes, padre, que no se rompen.
Y bailaron los huevos y también el padre y el hijo, porque todos los que la
oían bailaban al son de la gaita. Y cuando llegaron a casa, decía el padre:
—Y ahora ¿cómo nos las arreglaremos para sacar todos estos huevos de las
cestas?
Pero el chico volvió a tocar la gaita y los huevos fueron saliendo de las cestas
uno detrás de otro y se fueron bailando hasta las alacenas donde tenían que
guardarlos. Y cuanto más tocaba, más huevos salían y no se acababan nunca, así que pusieron una tienda de huevos y siempre tenían huevos frescos para vender cada vez que el chico tocaba la gaita. Y vendieron tantos que se hicieron ricos.
Los dos hermanos mayores, entre tanto, no habían vendido nada de lo que
llevaron por ahí y volvieron más pobres que nunca. Entonces, le quitaron la gaita al pequeño y salieron a tocarla para ver qué les traía, pero no pasó nada porque la anciana se la había dado al pequeño y sólo a él le hacía caso.
Adaptación para radio de vcsradio.net al cuento popular español de José María Guelbenzu