LOS TRES OBREROS -Cuento Infantil

10 minutos de lectura. Los tres obreros es un cuento que enseña sobre el valor de la gratitud, y del trabajo constante y determinado.

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En un pueblito de blancas casas, sobre la meseta de un monte erizado de rocas, por entre las cuales crecían muchas zarzas, vivía una pobre abuela que se moría de hambre; casi desnuda y no podía dormir tranquila.

¡Ay!  si alguien se compadeciera de mí, podría comer; no sentiría vergüenza ni frío, y dormiría toda la noche. Exclamo la anciana.

Sus nietos la escucharon, eran tres muchachos sanos, colorados y fuertes.

Buscaremos fortuna, dijeron con acento resuelto y ánimo de consolar a la abuela.

Pero ¿adónde iremos? preguntó uno de los tres hermanos.

Marcharemos reunidos contestó otro.

No, podríamos reñir. Cada uno de nosotros tiene su carácter y sus habilidades distintas; así que el trabajo debe ser diverso, y diversa la ganancia. Unidos podemos ser desdichados o felices; pero separados, muy mal nos ha de ir para que no logremos conseguir fortuna. Así, que, separémonos, busquemos un consejo de alguien que nos dirija oportunamente. Agregó el menor.

A la mañana siguiente, al ver marchar a los obreros del campo que salían a sus tareas de labranza, la campanita de la iglesia del pueblo decía:

Ya se van, ya se van en montón. Van por pan.

¡Dilón, dilón!

¡Dalán, dalán!

¡Pan! ¡quién tuviera un pedacito, así sea duro, lo metería en agua para ablandarlo y poder comérmelo! Decía la abuelita.

 Al escuchar los nietos tan dolorosa petición, salieron de casa resueltos a buscar fortuna.

Marchemos, cada uno a buscar un sabio consejo de quien nos lo pueda dar, y separémonos; exclamó el menor de los hermanos.

¡De acuerdo!, dijeron los otros.

Y cada cual tomó un camino diferente.

El mayor, preocupado y triste, antes de salir del pueblo, subió a pensar al oscuro rincón del desván de una casa destruida.

El segundo, muy al contrario, salió de prisa, bajando por el caminito del pueblo, hasta un hermoso valle cubierto de flores, acelerando cada vez más su paso, como si caminara sin reflexión.

Y el más pequeño, pensando, y a la vez andando, se perdió en el fondo de un bosque.

Pasaron los días, los meses y la abuelita, no supo de los nietos. Durante este tiempo vivió de la caridad de sus vecinos, se hallaba cada vez más sola y triste.

Llegó la primavera, al año de haberse ausentado los tres nietos, la abuelita, había perdido la esperanza de volverlos a ver, pasaba largas horas mirando el camino, a lo lejos donde el azul del cielo y el verde de la tierra se juntan.

Quizás vengan, se decía; no deben haber muerto. El Dios bueno los habrá favorecido.

Una tarde vio a las golondrinas que por la primavera llegan de lejanos países.

Los vi, los vi, los vi, decían una a una al pasar en fila recta, junto a la anciana.

¡Ay alguien en casa! gritaba un hombre golpeando en la puerta.

¿Quién llamará? se preguntó, la abuela.

Y vio delante de si un joven vestido por una larga blusa y con la cabeza cubierta por una gorra de hule. Era el mayor de los nietos.

¡Oh, que alegría! ¿Ya estás aquí tú? exclamó la anciana.  ¡Gracias a Dios!  ¿Cómo te fue hijo?

 Me fui a la ciudad y entré en un telar; aprendí a tejer…  te traigo un vestido para el invierno y algunos ahorritos. Gracias, hijo por velar por mí ¿Qué habrá sido de tus hermanos? ¿Cómo les habrá ido?

—¿De nada más te han servido los consejos que buscabas?

Abuela, como yo era el más lento y el más viejo de los tres, me quede triste pensando en un desván, pues me avergonzaba pedir consejo a mis años. Allí descubrí en un rincón una pobre araña tejiendo su tela. ¡Bah! dije, este insecto sabe más que yo; seguiré su concejo; lo que haré será imitarla. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

 De pronto se oyeron agudísimos lamentos; corrieron, guiados por ellos, y encontraron en la puerta de la casa un hombre, pálido, con los vestidos rotos y la piel llena de heridas.

¿No me reconocen?  soy tu hermano, soy vuestro nieto.

Era, el segundo de los hermanos, aquel que tan rápidamente había salido de la aldea.

¡Cómo! ¿Tú así? ¿En tan lamentable estado?, yo esperaba que te fuera mejor: dijo con preocupación la abuela.

Abuela, hermano mío, salí, como vieron, lleno de energía; no me detuve a pensar en el objeto de mi viaje, me creí bien informado de todo, y me fuí tras mis sueños. Llegué a un gran pueblo; era tiempo de ferias, y en una carpa, adornada de miles de banderolas, vi unos cómicos. ¡Qué trajes más coloridos llevaban, de reyes y de grandes señores!

¡Qué manjares tan ricos y suculentos se servían allí! Les sentí envidia, y más cuando supe que iban de pueblo en pueblo y de fiesta en fiesta; solicité que me admitieran en su compañía. Con cualquiera de esos diamantes que los cómicos llevan, remediaré la suerte de todos. Comencé mi nueva vida, y pronto recibí un terrible desengaño; los manjares, eran de madera y servían tan solo para remedar banquetes en las comedias, muchas veces trabajábamos con el estómago vacío; las joyas y los trajes, no valían ni un centavo y, por fin, el hambre y el cansancio de aquella existencia tan agitada hicieron de mí el hombre más desdichado de la tierra. Lleno de ilusiones solicite ser un soldado. Estuve en una terrible batalla, en la que he sido herido como ven y de la que he escapado, en medio de la noche. 

¡Pobre mi nieto! —dijo la anciana, llorando amargamente; — tú has sido más desdichado aún que tu hermano mayor. ¿Fueron estos los consejos que te dieron?

 Yo, verdaderamente no he pedido consejo; contesto el joven.

 Pero al salir de la aldea, vi, volar una linda mariposa con tal agilidad, deteniéndose sobre las flores, ascendiendo alegre hasta la cima del monte. Y, me dije: esto es lo que debo hacer, brillar, moverme, no dedicarme a un trabajo que pueda agotar mis fuerzas, sino cruzar de aquí para allá. Vaya por Dios, replicó la anciana; nuestra situación sigue empeorado. Ojalá tu hermano menor haya logrado mejor suerte.

Se quedaron tristes los dos hermanos; el mayor, apenado por no haber hecho sino remediar algo de la vestimenta de la abuela, el segundo angustiado por haber perdido un hermoso tiempo.

¡Ah! pero el menor no volvía: «Quizá habrá muerto, se habrá vuelto soldado decía la abuela; 

La abuela, vestida pobremente y mal alimentada, soportaba con paciencia; pero no podía conciliar el sueño muy preocupada por el futuro de sus nietos., se preguntaba.

¿Qué será de mis nietos?  El menor no ha regresado; siquiera estos dos, han vuelto al hogar; pero aquel no vuelve… ¡Ah! ¡qué será de él!

Tan pronto se curó el herido, se dispuso para trabajar; pero ¿en qué?

 Halló una tarde en el vecindario cercano un gran número de albañiles, que, dirigidos por un arquitecto, sentaban los cimientos de un gran edificio.

Aquí habrá trabajo para mi hermano, poner ladrillo sobre ladrillo no es cosa difícil.

Habló con el maestro de albañiles, y quedó acordado que sería recibido el nuevo obrero en el trabajo.

No duró mucho en este trabajo; al terminar la semana, el albañil fue despedido; se había cansado de poner ladrillos, y quiso preparar la cal; pero también se cansó de esto, y quiso serrar madera, y como también se cansó, fue despedido.

El hermano mayor; después de rogar para que fuera admitido de nuevo, el maestro dijo:

Déjame en paz; ahí viene el amo, dígaselo a él; yo no puedo admitir obreros inútiles.

De pronto apareció el dueño de obra, montado en un hermoso caballo; era un hombre joven, vestido elegantemente; enterado de la cuestión, preguntó a los hermanos quiénes eran, y apenas los hubo oído ¡oh sorpresa! descendió alegremente del caballo y se arrojó en los brazos del mayor.

¡Cómo! ¿No me han reconocido? ¡Soy su hermano!

Había vuelto del extranjero era sabio y rico; iba a construir una fábrica cerca de su pueblo para socorrer a sus paisanos dándoles trabajo. Locos de contento fueron los tres hermanos a sorprender a la abuela; ella enloqueció de alegría, quien hizo al recién llegado la misma pregunta que a los demás.

¿De quién has recibido consejo? pues muy sabio y bueno será el consejero porque diste buenos resultados. ¿Quién te aconsejó, hijo mío?

  Fui al bosque andando y meditando, me distrajo el murmullo de una abeja que pasó a mi lado; parecía que me había dicho algo, y la seguí atento a su murmullo y a su vuelo. Sorbía suavemente el néctar de las flores, dirigiéndose a las que le eran de utilidad, no perdía inútilmente su tiempo, recogía las esencias y volvía a elaborarlas a su taller, donde con ellas hace miel exquisita para su alimento y regalarles a los hombres. Comprendí que la actividad y la inteligencia forman la armonía más provechosa. Me hice ingeniero en la escuela- taller de una gran ciudad, y no solo produzco para mí, sino que me sobra para repartirlo entre todos.

Ya puedo dormir tranquilamente, -exclamó la anciana, — porque cuando muera, no quedaras ni en la miseria ni en el vicio.

Pronto la fábrica progreso. Del pueblo bajaban los obreros al trabajo, y después subían de la fábrica al pueblo a reposar. El alegre sonar de las campanitas charlatanas anunciaba este ir y venir.

Vengan ya, vengan ya, —decía la campana de la fábrica.

Allá van, allá van, —contestaba la de la aldea.

Y se veían por la mañana, al medio día y por la tardecita, una columna de gente que, como las hormigas, iba del hogar al trabajo y del trabajo volvía al hogar.

¡Inteligencia, dedicación y compromiso, secreto del progreso!

Adaptación para radio de VCSradio.net del cuento publicado en cuentosinfantiles.top

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