Se acercaba la noche de brujas…las calles se invadían de disfraces para celebrar. Máscaras espantosas con rostros deformes, llenas de heridas y algunos elementos cortopunzantes incrustados parecían ser las preferidas…trajes rotos a propósito, cargados de colores oscuros que hacían juego con las máscaras, indicaban que algo estaba pasando.
Trajes de héroes y personalidades nacionales desfiguraban su imagen con burlas y expresiones de desprecio…todo revelaba un festín de exceso e irrespeto. Las personas iban y venían… Los niños armaban pataletas extrañas y tremendos berrinches e irrumpían en llantos y gritos exagerados porque sus padres no les compraban sus trajes de héroes.
Ríos de gente brotaban por las calles de la ciudad y todos lucían horribles atuendos. Los niños coreaban canciones. ¡Dulces, quiero dulces…Dulces para mí!…y en tanto se los daban, agradecían emocionados. Se empujaban y cuando se los lanzaban caían unos sobre otros incontenibles. Los comerciantes advertidos habían previsto varias bolsas pues cada niño quería acumular en sus calabazas tantos dulces como fuera posible. La noche parecía despertar a un carnaval. Los fantasmas de ropajes extravagantes se confundían entre la multitud con bebidas embriagantes en las manos y pequeños y humeantes cigarros en sus bocas.
El disgusto de algunos crecía y en las aceras no cabían más personas. Los dueños de las tiendas, cerraban para no soportar el fastidio. Las ventas habían caído a pesar del gentío que hervía en la calle. Se había confundido el significado: ¿Noche de niños? había llegado la noche de brujas. No faltaba aquel que afirmara que esa era una noche de oscuridad y tinieblas.
Pepito, un niño de siete años, vestía pantalón corto y camisa a cuadros, que ya le quedaba pequeña. Pendía de su hombro una mochila. Había salido a comprar mantequilla y azúcar para hornear en familia una deliciosa torta de manzanas, frutos de la huerta de la casa. Con rostro un tanto pálido pero muy dulce, caminaba entre el tumulto, mirando las máscaras que dibujaban figuras postizas, desconocidas, deformes, ruidosas y aterradoras…
Con sorpresa vio aparecer unos seres muy altos y delgados con capas negras que les cubrían desde la cabeza hasta los pies, a quienes los ojos se les perdían entre las ojeras oscuras. Se le ocurrió que esas miradas fijas y espantosas no podían ser de personas sino de fantasmas salidos de la noche…seguía el paso y no encontraba cómo escapar de ese desorden que no le divertía…
Pepito poseía el don de identificar a esos seres oscuros y malvados que se ocultaban entre tanta gente. Como pudo se agachó y ágilmente caminó por entre las madres que llevaban a sus hijos en los brazos, huyendo de las capas de esas siluetas que le producían enorme miedo…corrió velozmente tan pronto pudo hallar la salida.
Mientras recorría las cuadras que lo acercaban a su casa, veía en los techos a esos fantasmas que danzaban entre maullidos- grrrrr- de gatos con colas erizadas. Más allá, entre nubes luminosas, unos angelitos de caritas tristes que parecían evadir el espectáculo grotesco, no podían evitar las lágrimas.
Apenas llegó a la casa, cerró fuertemente la puerta, preocupado porque no había hecho las compras…respiraba agitado por el miedo y la prisa. En la cocina, junto al horno, bajo una tenue luz, su madre y sus hermanos lo esperaban.
-Hijo, ¿qué te pasa?- -¡Madre, hay unos seres afuera en las calles, que me dan miedo porque nos van a hacer daño-. La madre con gran preocupación recordó que las noticias habían anunciado que los niños por esta fecha, debían estar muy protegidos. Cerró puertas y ventanas y les ordenó que se acostaran a dormir.
Sin embargo, a pesar del ruido y el murmullo, muchas casas iluminaban sus ventanas; las familias reunidas, saboreaban postres y departían en charlas animadas. Recordaban que cuando los mayores eran pequeños, a la misma hora, jugaban al trompo, ponchados, a las canicas o a la golosa, mientras el lugar se llenaba de carcajadas.
Como si fuera la primera vez que eso ocurriera, otra vez muchas madres acudían angustiadas a las farmacias por medicamentos para aliviar a sus niños los fuertes dolores de estómago y las náuseas causados por el exagerado consumo de gomas, chocolates, bombones, colombinas y maní.
El llanto de una madre y su presencia desconsolada ahora ocupaba la calle inundada de envolturas de dulces, máscaras, festones y trajes destrozados
-Por favor, ¿no han visto a mi pequeña?- -Viste un gorro y unos guantes de color anaranjado. No la encuentro desde anoche-…
– En su rostro se reflejaba un dolor insoportable. Las personas la miraban con tristeza y algunos la acompañaron a buscarla.
Por más que suplicó no pudo encontrarla. Su niña desapareció esa noche de tinieblas y fantasmas… y nunca regresó…
La historia se repite año tras año; bajo máscaras deformes, esos seres que actúan como fantasmas toman a los niños y, en medio de su maldad, van dejando a las madres con dolor en el alma. Todas las noches de brujas son noches de oscuridad, temporada de espantajos; el bien cuida a los niños y la maldad los acecha.
Reflexión:
En las reuniones de los niños hay dulces, tortas y juegos que promueven las buenas costumbres y tradiciones divertidas y amigables. No hay que mezclarlos con adultos extraños que se esconden detrás de máscaras para disimular sus comportamientos y pensamientos perversos y enigmáticos mientras engañan y dañan a niños inocentes.
Escrito por: Consuelo Blanco Mejía