
5 minutos de lectura. El presidente de izquierda Pedro Castillo fue elegido en Perú en medio de gran expectativa. Pero menos de un año después, se encuentra a las puertas de la destitución.
La lucha por mantener la democracia en Perú, al igual que en toda Latinoamérica, no ha sido fácil. Durante el siglo XX se vio sometido a varias dictaduras que no hicieron otra cosa que atrasar el desarrollo del país y alentar la insurrección de grupos extremistas de izquierda.
La complicada transición hacia una democracia plena ha impedido que la ciudadanía pueda cimentar una cultura democrática. Después del autogolpe de Alberto Fujimori en 1992, se despertó una aversión a la posibilidad de regresar al pasado del autoritarismo.
Lo anterior ha llevado a la búsqueda de alternativas realmente nuevas, así como a la apatía de una gran parte de los votantes. Paralelamente, la arremetida del izquierdismo en Latinoamérica, orquestada desde Cuba y Venezuela, ha logrado calar en gran medida en la voluntad de los electores.
Este clima de cansancio llevó en 2021 a la victoria, del profesor y sindicalista Pedro Castillo.
Tal como hacen todos los candidatos de la izquierda populista, Castillo basó su campaña en una gran cantidad de promesas difíciles de cumplir. Pero a los millones de peruanos desesperados ante un futuro incierto, les pareció que allí había una luz de esperanza.
Pedro Castillo finalmente ganó por un estrecho margen. La abstención, la más alta en los últimos 20 años alcanzó el 29%. De esta forma, en julio de 2021 se posicionó como el nuevo presidente de los peruanos.
A partir de esa fecha y casi desde el comienzo, se inició una especie de viacrucis, tanto para el país, como para el mismo presidente.
Con una oposición en el congreso del 61% y una polarización extrema, el margen de maniobra de Castillo es muy estrecho.
Más aun cuando se trata de impulsar una agenda controvertida donde se habla de una nueva constitución de izquierda, expropiación a grandes multinacionales y reforma agraria, que también lleva el sello de la expropiación. El temor por estos anuncios ha llevado a la inflación, que golpea directamente a quienes votaron por Castillo.
Ante este panorama, el nuevo presidente se ha visto en una encrucijada. O sigue las directrices de los extremistas que lo llevaron al poder o las de quienes le aconsejan tener prudencia para no ahuyentar las inversiones.
Como consecuencia de esta tira y afloje, sucedió un permanente cambio de gabinete, por la renuncia o despido de sus ministros y colaboradores. También la inexperiencia en las lides políticas, lo ha llevado a nombrar funcionarios cuestionados, que rápidamente debe destituir. Como algunos son de extrema izquierda y otros son más moderados, se le reclama la falta de una directriz clara.
El resultado: para febrero de este año, ya había nombrado seis gabinetes diferentes.
Por otro lado, en su afán de cumplir con la agenda de la izquierda latinoamericana, de montar un frente unido en medio de la crisis, anunció la iniciativa de ofrecer a Bolivia una salida al mar. Esto inmediatamente trajo una fuerte reacción nacionalista, y fue acusado de traición a la patria.
Sin embargo, Perú nunca ha tenido problema en enjuiciar a sus presidentes cuando se muestran inoperantes o no se ciñen a la ley. Por tal motivo, desde el primer mes del mandato de Castillo se comenzó a hablar de invocar la moción de vacancia.
A Castillo se le ha acusado de tráfico de influencias, incapacidad moral (esta es una de las condiciones previstas en la constitución), corrupción y, como se dijo atrás, traición a la patria.
Como consecuencia, el pasado 14 de marzo, el Congreso del Perú aprobó la moción de destitución, con una votación de 76 legisladores a favor y 41 en contra. El próximo 28 de marzo se llevará a cabo la votación definitiva, que indique la suerte de Castillo.
Mientras tanto, la desaprobación popular está por encima del 60%. En Lima llega incluso al 80%. Esto indica que, aunque no ocurra la destitución, le quedaría muy difícil gobernar.
Podemos decir que el caso del presidente Castillo es un ejemplo claro de la forma en que los países latinoamericanos se están dejando deslumbrar por las promesas populistas, de difícil o nulo cumplimiento en la realidad.
Una y otra vez hemos visto cómo, países sumidos en crisis que buscan de salir de ella, se lanzan al abismo de líderes que proponen ‘un cambio’. Pero en ese afán radical contra lo establecido, atropellan tanto, lo que no funciona como lo que estaba bien. La consecuencia final es una profundización de la crisis y el cierre de las salidas viables.
Tales casos se han visto en Venezuela (ya nadie quiere que se le compare con el desastre del chavismo), así como en Nicaragua, Argentina, Bolivia y ni hablar de Cuba.
La inexperiencia de Castillo, así como su falta de claridad política, sumadas al afán de llegar al poder para “cambiar todo”, están por llevar a Perú hacia el abismo. Hasta ahora, este país era uno de los ejemplos de crecimiento sostenido de Latinoamérica, con las falencias lógicas de gobiernos imperfectos.
Ojalá Perú pueda sortear este trance de la mejor manera, y se encamine hacia un consenso que permita superar la crisis que parece no terminar nunca.
Que también sirva de ejemplo para quienes miramos desde la barrera lo que sucede, cuando se decide elegir a un personaje que vende ilusiones imposibles de cumplir.
Escrito por Carlos Alberto Morales G.
Imagen de portada: Wikimedia Commons
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