5 minutos de lectura. Los movimientos socialistas se han expandido como pólvora, no solo en Latinoamérica, sino en el mundo. Y los jóvenes son sus mayores promotores. ¿Por qué?
En años recientes ha ido aumentando la inclinación de los jóvenes hacia los movimientos socialistas alrededor del mundo. Simultáneamente, la izquierda radical ha cogido fuerza, logrando hacerse con el poder en muchos países.
Lo extraño es que todo lo anterior, sigue sucediendo, a pesar de que ninguno de tales gobiernos logra presentar resultados sociales o económicos positivos. Por el contrario, los desastres se suceden uno tras otro. Entonces, cabe la pregunta: ¿por qué, la juventud le sigue apostando a esta fórmula de fracaso?
Desde cuando se produjo la revolución bolchevique en Rusia, en 1917, se extendió como pólvora la fiebre revolucionaria por el mundo. Países como China, Corea del Norte, Vietnam y por último Cuba, cayeron bajo el imperio comunista con regímenes dictatoriales que provocaron millones de muertos.
A raíz de esto, y debido a la naturaleza expansionista del comunismo, se produjo la llamada guerra fría, con los EEUU y la Unión Soviética, enfrentando permanentes tensiones.
Pero el modelo de un estado que todo lo controla y lo planifica, eliminando el derecho individual, demostró ser un fracaso y la Unión Soviética se desintegró dejando a Rusia y todos sus satélites en un estado paupérrimo. Entonces para sobrevivir debían cambiar el enfoque.
Fue así que, se comenzó a gestar -desde Europa- un movimiento de izquierda que no abogaba por la revolución violenta. A cambio de esto, se comenzaron a promover movimientos que ya no se enfocaban en la subversión obrera, como había sido en Rusia, o la revolución campesina como en China.
Dichos movimientos comenzaron a recoger las nacientes inquietudes de minorías, que fueron promovidas como verdaderas tendencias sociales. Primero se tomó el feminismo y paulatinamente se lo fue llevando al extremo, incluyendo la lucha por el aborto como algo representativo de tal movimiento.
Así mismo, mientras se fomentaba el odio entre mujeres y hombres, se magnificó la lucha racial y la batalla por la inclusión de la comunidad LGBT; a esta se le fueron agregando más y más letras, casi hasta convertir a los heterosexuales en una minoría.
Pero también se sumó la lucha medioambiental, la preocupación por el cambio climático, los derechos de los animales, y cuanto movimiento pudieran apropiarse.
En medio de todo este maremágnum de corrientes novedosas, continuaba el discurso de la igualdad, la injusticia de una sociedad excluyente, la utopía hermosa de que todos deberíamos vivir en una especie de paraíso donde el estado proveería las necesidades de los más pobres.
Para una juventud que sueña con un mundo mejor, lo cual es algo legítimo, tales planteamientos eran exactamente la representación de su pensamiento. No hay necesidad de profundizar sobre cómo se obtendrán los recursos para ese mundo ideal. Para eso se puede echarle mano a los ricos que ‘nos han explotado por décadas’.
Esto, porque en medio del adoctrinamiento que se lleva a cabo en colegios y universidades, se continúa señalando a los gobiernos tradicionales como los responsables de todos los desastres existentes.
La idea de la victimización ha calado hondo en la mente de las nuevas generaciones. Nuestros abuelos, después del desastre de la segunda guerra mundial, se empeñaron en reconstruir sus países, trabajando duro para crear una sociedad pujante.
Pero a los milennials se les ha convencido de que el ‘estado injusto’ debe proveerles todo gratuitamente, que la educación, además de gratis, no debe ser exigente para que todos puedan graduarse, que debe haber empleo bien remunerado para todos, sin importar la capacidad o el esfuerzo de cada quien.
Como todo es más fácil, ya nadie lee. El medio de información actual y de cultura son las redes, con sus mensajes cortos, superficiales y plagados de idioteces que solo deforman el pensamiento.
Pero, al final, el único mensaje que interesa y logra impactar, como si se tratara de un profundo pensamiento filosófico, es el del ‘cambio’. No importan los medios ni las metas. Lo único que se entiende claramente es que todo anda mal y, por lo tanto, se requiere ‘un cambio’.
Los líderes populistas de izquierda han logrado hacer de este mensaje una bandera, que igual sirve para provocar la protesta violenta, como para conducir a millones de jóvenes entusiastas hacia las urnas, para elegir a los mesías del cambio.
Ellos pueden proponer cualquier cosa utópica e imposible, pero su discurso lleno de retórica facilista hace creer a quienes nunca han leído un libro, que se puede hacer un cambio, y que de esa forma todos vivirán en un paraíso.
En esas promesas nunca se habla de trabajar duro ni de sacrificios. Eso lo deben hacer los ricos. Son las mieles del comunismo, disfrazado con otros términos menos temibles como ‘progresismo’ o ‘socialismo del siglo XXI’. Todo muy moderno y alejado de las ideas obsoletas de sus padres.
Tampoco se explica cuál es el verdadero final que se persigue. Porque el comunismo, sin importar el nombre que adopte, siempre ha buscado la destrucción de la sociedad. Esto lo hace a través de borrar la cultura tradicional. De implantar el materialismo y el culto a sus líderes como única religión. De desintegrar las familias, para educar a los niños en su ideología perversa. De lograr la igualdad social, pero en la miseria.
Porque si revisamos la historia, hasta ahora no se ha dado el primer caso en que el comunismo llevara a algún país hacia la prosperidad. Por el contrario, solo ha dejado destrucción y muerte.
Eso sucedió en China, con más de 80 millones de muertos, en la Unión Soviética con 25 millones o en Camboya con casi 3 millones -un cuarto de la población total.
Pero no solo se ha tratado de genocidios. Los miles de exiliados de todos esos países son la historia viviente de a dónde conduce el comunismo una vez se hace con el poder.
Sin embargo, millones de jóvenes en todo el mundo, están alucinados con el espejismo comunista. Siguen viendo en él una promesa que les traerá felicidad y, por supuesto, cambio.
No obstante, ya todos deberíamos tener claro qué tipo de cambio ofrece esta ideología. Solo produce, una y otra vez, el mismo resultado desastroso. Porque las cenizas en que se van convirtiendo los países que caen en esa trampa, no se podrán recoger tan fácilmente.
Las generaciones actuales han llegado a tener un nivel de vida aceptable, aunque no perfecto, gracias al trabajo intenso de los mayores que ahora están muriendo.
Pero si continúa la actual tendencia, los niños que aún no han nacido no recibirán ninguna herencia, aparte de hambre y, naturalmente, igualdad. Porque seguramente, si el comunismo logra todos sus objetivos, todos serán igualmente miserables.
Escrito por Carlos Morales G.
Foto de portada: Envato
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