¿Qué habrá donde sale el sol? es un ameno cuento, que nos deja valiosas enseñanzas. A continuación, lo puedes escuchar o leer
Era un pueblo lejano, rodeado de montañas y ríos cristalinos; la casa con balcones y escaleras de piedra se adornaba a lado y lado con jardines de novios, geranios, margaritas y hortensias…Abundaban los recuerdos de encuentros en las huertas de los solares con Inés, María, Teresa y Helena… los alimentos escaseaban las niñas extrañaban los cuidados de su madre.
En su memoria había lugares hechos para jugar a ser grandes: al papá y a la mamá, a la profesora, a las escondidas; la casa en el árbol desde donde se podían ver de cerca mariposas grandes y pequeñas de cuatro colores y escuchar el trino de los pájaros satisfechos del sol que era nuevo cada mañana; la loma a donde iban con frecuencia; el árbol que debía ser el más viejo de los que conocían, de donde colgaban la cuerda; el vacío al que se lanzaban por turnos a ganar por volar más alto en el chinchorro; momentos y alegrías: la fuerza del shiii, shiii, shiii de la brisa sobre la cara … la emoción de Inés, las risas de María, la libertad de Teresa, la felicidad de Helena.
El pueblo comenzó a parecer pequeño para las hermanas mayores, vinieron las preguntas: ¿Qué habrá después de las montañas que se ven allá lejos, donde sale el sol y se ven las luces pequeñas de los buses que transportan a la gente? y un día decidieron abandonarlo.
El viaje fue cada vez más angustioso… En sus voces se notaba el temor por la aventura, pero la compañía las fortalecía. Observaban por la ventana cómo las estrellas y la luna se habían ido con ellas y las seguían, a pesar de que el bus iba rápido. Viajaron toda la noche. La ciudad era muy grande; temblaban por el frío, un poco pálidas ante la emoción por estar en medio de lo desconocido: las calles eran anchas, la gente caminaba de prisa; los pitos de los carros se hacían oír fuertes para abrirles el paso; iban y venían de modo interminable; los edificios eran muy altos y las casas les parecían grandes y bonitas.
Una familia las esperaba…necesitaban que cuidaran su casa de campo, en una enorme finca llena de árboles con frutos amarillos, verdes, rojos y morados; se veían muy jugosos…esperaban poder saborearlos, tenían hambre y querían cogerlos, pero recordaban lo que su madre les había enseñado: “no se puede tomar nada de los demás”.
A cada una le dieron una cesta y recolectaron los frutos que podían alcanzar. Como recompensa recibieron una pequeña cantidad… los otros frutos los llevaron para venderlos en la ciudad que ahora hacía parte de sus nuevos recuerdos. El trabajo que realizaban en la finca era demasiado para su edad, el oficio era para adultos…
Su hermano mayor, al enterarse de las condiciones en las que estaban viviendo, fue a rescatarlas… con poco dinero y sin saber qué hacer…se las llevó a donde sus tías. En medio de la incertidumbre habían acordado que, siendo hermanas, debían ser también las mejores amigas, porque ahora no podían quedarse en la misma casa.
Se despidieron con un largo abrazo en medio de sollozos, mientras se hacían la promesa de escribirse cartas… A Inés, la mayor, muy tímida y reservada, se la llevaron para la capital. Se sentía asustada y muy triste…Pensando en sus hermanas todo el tiempo, se prometió aprovechar la oportunidad para estudiar, trabajar y ayudarlas.
La nueva casa le pareció muy bonita… Tenía ventanas grandes y pisos resplandecientes; su tía, muy elegante, se le figuraba seria, pero amable; ahora estaba ahí, también los primos, mayores y menores. La acogida fue bondadosa. Podía disfrutar de comida deliciosa, compañía y cariño; se sentía muy a gusto. Sin embargo, en su corazón le dolía la ausencia de sus hermanas.
A Helena, la hermana menor, la llevaron a un pueblo cercano, donde vivía otra tía que apenas recordaba. Por su edad y picardía, la niña fue recibida con ternura por la familia; pronto hizo amigos y disfrutaba mucho de ayudar a hacer deliciosas tortas, panes y galletas.
María y Teresa fueron a casas diferentes. A María no le gustaba que le mandaran y siempre protestaba; por todo se enojaba. Teresa era tranquila, obediente y muy melancólica…cuidaba las plantas y los animales con amor y esmero. En medio de todo, habían encontrado un hogar. Los días pasaban entre ayudar a ordenar la casa, a preparar los alimentos y aprender a leer y escribir en la escuela.
Se extrañaban mucho y su mayor deseo era encontrarse de nuevo. El sueño de descubrir lo que había después de las montañas les había encantado, habían tenido la oportunidad de vencer el miedo… de ir a los parques, a las bibliotecas, a los teatros, a los colegios, a almacenes de ropa… Ahora podían caminar observando atentamente cada detalle. Todo era diferente… anhelaban trabajar mucho para tener una casa. ¿Cuántas cosas había en la ciudad?
Se visitaban y se contaban sus vivencias cuando no tenían que estudiar…todo lo que habían aprendido; la comida deliciosa que les ofrecían y las tareas del colegio…Los momentos difíciles de María por su rebeldía. Las picardías de su hermana menor…
Con el tiempo, extrañaban su pueblo, sus amigos de antes. Se hacían la promesa de volver algún día, porque allí habían sembrado en su corazón novios, geranios, margaritas y hortensias, mariposas de cuatro colores y recuerdos de encuentros en las huertas de los solares con Inés, María, Teresa y Helena, el alimento de antes…los cuidados de su madre…la gratitud, la salida del sol y las luces pequeñas de los buses que transportaban a la gente…
Reflexión: Cuando los corazones son nobles y agradecidos, la felicidad nunca falta y las dificultades se superan fácilmente.
Escrito por: Consuelo Blanco Mejía para VCSradio.net
Narración: Javier Hernández
Imagen de portada: Melissa Blanco
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