En este momento el mundo está despertando a una realidad astutamente encubierta en China: los centros de reeducación masivos del régimen, donde las autoridades ejercen persecución, tortura y lavado de cerebro a prisioneros de conciencia y grupos religiosos, como es el caso de la etnia musulmana uigures, que un millón de sus miembros permanecen encarcelados.
Los uigures es una minoría étnica religiosa que habita la región occidental de Xinjiang, corredor importante por donde pasa la Ruta de la Seda, un megaproyecto de infraestructura y comercio con Europa y Asia, sin olvidar el petróleo y gas natural de su suelo. De ahí deriva el interés especial del gobierno por controlar a esta comunidad.
De acuerdo a la Revista Semana del 30 de noviembre pasado, El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación y 17 medios más, pusieron manos a la obra para investigar de primera mano el asunto, declarando que ‘el Partido Comunista chino ha construido cerca de 500 “campos de reeducación” para musulmanes en la zona’.
Asegura Semana que cuando se le preguntó al embajador de China en Reino Unido, Liu Xiaoming, sobre la existencia de estos campos él contestó:
“Los campos de reeducación son una medida efectiva para ganarle el pulso al terrorismo. No infringen ninguna libertad religiosa. Desde que tomamos esta decisión, no hemos tenido ningún incidente terrorista. Xinjiang, otra vez, es una provincia próspera, hermosa y pacífica. Las medidas preventivas no tienen nada que ver con la erradicación de grupos. Por el contrario, la libertad religiosa está totalmente permitida siempre y cuando beneficie al país”.
Pero, ¿qué es lo que beneficia al país?
Históricamente el partido comunista chino persigue incansablemente a los grupos que piensen diferente a las filosofías del partido y busca alinear el pensamiento de los ciudadanos por temor a que cualquier libertad religiosa y filosófica pueda desestabilizar el país.
En nombre de la estabilidad del país, el régimen realiza persecuciones religiosas, aparte de los uigures, a tibetanos, cristianos, budistas y practicantes de Falun Gong.
La mayoría de estos creyentes son arrestados por cosas ridículas, como bajar una aplicación de whatsapp, reunirse a realizar cultos religiosos, por tener barbas, por no hablar en mandarín, etc. Son ilegalmente encarcelados sin un juicio justo y algunos llevan varios años privados de la libertad.
Los maltratos en estos centros de reeducación van desde humillaciones, separación de sus familias y grupo social hasta torturas y en algunos casos la muerte.
‘La mayoría de los uigures llega a estos campos con los ojos vendados y a la fuerza. En adelante, en un estricto régimen draconiano, los aislaron de sus familiares y amigos, les raparon la cabeza y la barba, les dijeron cuántas veces podían ir al baño y en qué posición dormir. Los obligaron a aprender mandarín y a olvidarse del uigur y del islam, su religión ancestral.
En realidad, el conflicto de China con los uigures tiene motivos étnicos, políticos, religiosos y económicos. Un drama que se ha intensificado en los últimos años ya que el mismo presidente Xi en un discurso de 2014, dio la orden de “absolutamente sin piedad” contra el separatismo, para mantener un “país armónico, homogéneo y comunista”.
Con ésta filosofía se justifican las persecuciones y represiones violentas contra quienes reclaman libertad de creencias y autonomía, como se aprecia en las manifestaciones en Hong Kong y el caso de los practicantes de Falun Gong, que ya presentan miles de muertos durante 20 años de persecución.
Por todo lo anterior, millones de chinos han renunciado al partido comunista chino y a sus organizaciones afiliadas en el movimiento Tuidang que significa renuncias al partido, liderado por Falun Gong.
Según todas estas evidencias y por el gran número de víctimas del historial de atropellos a las libertades del partido comunista chino, es acertada la frase mencionada por revista Semana: “el régimen ya no puede tapar el sol con las manos”.
Redacción: Periodista Lucia Fernández Buitrago, Vivir con sabiduría. uno
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