Tiempo aproximado de lectura 4 min. Miles de jóvenes salen a las marchas, pero, ¿realmente alguien les ofrece una solución realista que les garantice un mejor futuro?
Cuando el 28 de abril pasado se inició el paro general en Colombia, tal vez muy pocos pensaban que se iba a prolongar por tanto tiempo. El gobierno mismo pensó que era una pequeña protesta contra una propuesta de reforma tributaria, necesaria además de todo.
Pero dicho proyecto fue retirado, y las protestas no se detuvieron. Habían adquirido una inercia propia, y la desinformación inicial, la agresión de los violentos, los abusos policíacos, fueron incendiando cada vez más a un país que día a día se salía de su cauce.
Después vimos cómo la violencia amainó, tal vez porque sus promotores entendieron que les estaba trayendo el efecto contrario por el repudio general, y decidieron ordenar a las huestes que se retiraran. Para que no los olvidemos del todo, los brotes esporádicos y puntuales continúan, pero casi puede hablarse de una relativa calma.
Sin embargo, vemos que miles de ciudadanos, en su gran mayoría jóvenes, continúan con las marchas diarias, estas sí pacíficas, pero firmes. “Se metieron con la generación que no tiene nada que perder”, se lee en sus pancartas. Pero esta frase, aunque parece un grito de guerra, es casi una declaración de desesperanza total. Si esta generación no tiene nada que perder, es porque, en definitiva, no tiene nada, ni siquiera futuro.
En más de una ocasión se ha invocado al confinamiento del covid como el causante de la crisis social y económica que vivimos. Y realmente podemos decir que fue el detonante inmediato, así como la chispa final fue el proyecto de ley tributaria. Pero realmente la crisis es más antigua y profunda que esto.
Cuando vemos que la gran mayoría de los manifestantes son jóvenes, muchos de ellos estudiantes, podemos entender que están abocados a una crisis sin salida. Naturalmente, el camino lógico es culpar a un gobierno que no ofrece soluciones en un corto plazo como todos desean.
Muchos exigen acceso a la educación gratuita. En las anteriores generaciones, tener un hijo profesional equivalía a dar un paso firme en el ascenso social. Era como llegar a la otra orilla, dejando a la pobreza rezagada. Sin embargo, hoy en día eso ha cambiado al punto en que ni siquiera un doctorado garantiza la estabilidad económica.
Por lo anterior es que los estudiantes también protestan: ellos ya entienden que obtener un título no les garantiza un empleo, y si logran uno, se encontrarán con un salario mínimo. O sea, que para ganar tal salario no necesitaban haber gastado cinco años de esfuerzo y costos.
Encima de todo, las universidades cada día están más desconectadas de la realidad, no preparan realmente al estudiante para la vida laboral, y esto sin hablar de la mediocridad de la educación. El sistema actual, en que los alumnos califican a los maestros, lleva a que los educadores exigentes sean castigados por poner bajas notas. Al final del día, si quieren conservar sus puestos, los maestros se ven obligados muchas veces a permitir la graduación de alumnos mediocres.
Sumado a esto, el país no tiene la capacidad para absorber la multitud de profesionales que salen anualmente en busca de trabajo. Esto lleva a muchos a ocuparse en otros oficios y dar por perdidos todos los años que invirtieron en educación. Es duro enfrentar el fracaso, y en muchos casos un retroceso respecto a lo que lograron sus padres.
Lo triste de todo es ver con impotencia, cómo políticos populistas sin escrúpulos, sabiendo que un problema estructural como este no se soluciona en un año, entran a pescar en río revuelto para canalizar todo este descontento en su provecho. Muy fácil es culpar al gobierno y decir que debe asumir todo este costo social. Pensar que castigando a los bancos -y de paso acabando con miles de empleos que producen- se logrará la justicia social tan anhelada, es un análisis simplista.
Ofrecer la educación y la salud gratuitos sin aclarar de dónde vendrá el dinero para esto es, además de irresponsable, un engaño descarado a quienes anhelan soluciones. Alguien decía que no se debe regalar el pez, sino enseñar a pescar. Pero al político oportunista no le importa esto. Él se alimenta de la desesperanza del pueblo, y no señala un camino a largo plazo, pues su interés realmente es inmediato: llegar al poder.
De manera que, cabe preguntarnos: ¿realmente alguien les está ofreciendo un futuro verdadero a estos millares de jóvenes desesperados? Si escuchamos a los agitadores populistas, es evidente que esos jóvenes solo son un mercado asegurado de votos. Qué pase con ellos en el futuro, no es un problema que les importe mucho.
Editorial VCSradio
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