6:30 minutos. En un monasterio, aislado de cualquier población cercana, dos monjes se cultivaban en la vida monástica. Veamos qué les ocurrió cuando llegó una visita inesperada.
Los Dos Monjes que no se Entendieron
En un monasterio, aislado de cualquier población cercana, dos hermanos se cultivaban en la vida monástica. El mayor era muy estudiado, y por tal motivo tenía cierta autoridad sobre el otro, quien era bastante limitado aparte de ser tuerto.
Cierto día, se presentó ante las puertas del monasterio un monje que iba de paso, solicitando cobijo por una noche, mientras reponía fuerzas para continuar su camino. Los dos hermanos se encontraban de guardia y por lo tanto, se encargaron de atenderlo.
En dicho monasterio se practicaba el voto de silencio, de modo que solo se hablaba lo estrictamente necesario. Por tal motivo, el monje mayor le explicó al visitante brevemente esta situación, además de la norma para aceptarlo como huésped: debía, previamente, enfrentar un debate sobre el cristianismo y vencer a alguno de los monjes residentes. En caso contrario, no sería admitido.
El peregrino entendió y aceptó esto, pero el monje encargado, no queriendo rechazarlo, envió a cumplir con el debate a su hermano, sabiendo que fácilmente sería derrotado.
Ante esto, el joven monje y el forastero se dirigieron a la sala de debates y cada quien tomó asiento. El monje mayor los vio entrar a la sala, donde estuvieron unos breves momentos. Pero repentinamente vio al peregrino salir cabizbajo, dirigiéndose hacia donde él se encontraba.
Sorprendido por verlo mucho antes de lo esperado, le preguntó qué lo traía tan decaído.
-Admiro la sabiduría de tu hermano, me ha derrotado sin contemplaciones. No había conocido a nadie tan erudito.
-Por favor, cuéntame cómo fue el debate –le pidió el monje mayor.
-Pensando en obtener alguna ventaja, yo inicié la discusión. Como no debíamos hablar, levanté un dedo, para representar a Dios, nuestro creador. Pero él levantó dos dedos, indicando a Dios y a Jesucristo, su hijo. Entonces alcé tres dedos, para simbolizar a Dios Padre, a Jesús hijo y al espíritu Santo. Pensé que con esto ya había ganado el debate, pero en seguida él levantó el puño cerrado y lo agitó ante mi cara. Con este gesto me estaba enseñando que los tres conforman la Santísima Trinidad, que todo lo abarca. No tuve más remedio que aceptar mi derrota, por lo cual, solo me resta marcharme. Mi adversario fue demasiado para mí.
Después de estas palabras, el monje peregrino hizo una leve reverencia y salió apresuradamente del monasterio.
Casi en seguida, el monje menor llegó jadeando y preguntó visiblemente alterado, dónde se encontraba su contrincante.
-En vista de que lo derrotaste, se fue a buscar otro albergue –contestó su hermano.
-¿Qué lo derroté? Si lo llego a alcanzar, ¡por supuesto que lo derrotaré! –replicó el monje menor-. Nunca nadie me había ofendido de ese modo. ¡Sólo deseo golpearlo!
El hermano, sorprendido, le pidió calma.
-Más bien cuéntame cómo estuvo el debate. ¿Lograron llegar a alguna conclusión?
-Te voy a explicar lo que sucedió –repuso, aún agitado, el monje menor-. Apena tuvimos tiempo de sentarnos, y él levantó un dedo, burlándose de mí por tener solo un ojo. Yo procuré entenderlo, sabiendo que, como forastero, tal vez no conocía las normas del respeto a los anfitriones. De modo que quise ser amable, y alcé dos dedos, elogiándolo por tener sanos sus dos ojos.
Aquí, el monje debió hacer una pausa para tomar un poco de aire, pues la indignación lo ahogaba. En seguida, continuó:
-Pero él, sin dejar de ridiculizarme, levantó tres dedos, fingiendo mucha seriedad, para asegurarme que entre los dos solo teníamos tres ojos. Ante esto, no pude contener la furia – ruego a Dios que me perdone -, y levanté mi puño, dispuesto a golpearlo. Pero él mostró su cobardía y huyó asustado del salón.
Al escuchar esto, el monje mayor contuvo una sonrisa que pudiera parecer ofensiva, y solo le explicó que, en ese momento, el monje cobarde ya debía andar demasiado lejos para pensar en castigarlo.
Reflexión: la mayoría de los conflictos nacen de la incapacidad para comunicar correctamente nuestras ideas. Si solo tenemos en la mente nuestros propios conflictos o intereses, creeremos que todo lo que escuchamos hace alusión a ello.
Cuento anónimo adaptado para VCSradio.net
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