
Una larga historia en pocas palabras
La lectura fue, desde los tiempos cuando aparecieron los diferentes alfabetos escritos, una de las principales fuentes de comunicación del ser humano. Los primeros escritos, ya fuera en tablillas de arcilla o en pergamino, relataban las historias de dioses primitivos y de héroes fantásticos.
Pero además transmitían las disposiciones reales, las leyes, recetas médicas o de cocina y por supuesto, la historia. Además divulgaban todo aquello que se consideraba digno de ser preservado para el futuro.
A partir de entonces, una vez se pasó de la tradición oral al lenguaje escrito, nacieron obras literarias inmortales, así como grandes obras de filosofía, medicina, etcétera. A la par con ellas, surgieron los devotos a esos grandes autores que tenían la capacidad de transmitir sus creaciones a través de la palabra.
Podemos decir que Grecia fue la cuna de esta explosión, la cual ya no habría de parar a lo largo de la historia. Y, aunque en un principio los privilegiados lectores eran pocos, con la invención de la imprenta, los libros fueron accesibles para todo aquel que pudiera aprender a leer.
Para qué leemos
Aparte de la necesidad de aprender a leer para desarrollar nuestro papel en la sociedad, hay una serie de razones por las cuales nos vemos abocados a sumergirnos en los libros.
La más inmediata y sin duda la que lleva a quienes ejercen alguna profesión u oficio, es la necesidad de conocimiento. Quien desee ahondar en el estudio de cualquier tema debe necesariamente apoyarse en los libros escritos por expertos.
Incluso para manipular muchas herramientas o artefactos complejos como aviones o máquinas de trabajo pesado, se debe recurrir a los manuales técnicos.
Pero el simple ocio también nos puede llevar a la lectura. Desde relatos sencillos de aventuras, hasta novelas clásicas nos permiten dejar volar la imaginación detrás de todo tipo de personajes y tramas, escritas por quienes recrean el drama y la comedia de la vida.
La literatura, por el hecho de representar el destino humano en diferentes épocas y lugares, tiene el poder de llevarnos a un viaje por el tiempo a través de la pluma del autor, apoyados en nuestra propia imaginación.
Complementado con el ocio, la lectura nos permite apartarnos momentáneamente de la realidad y relajar tanto la mente como el cuerpo. Todo esto, sin perder la actividad del cerebro; por el contrario, mientras descansamos, el cerebro se fortalece y adquiere nuevos conocimientos.
Por otro lado, un buen libro nos permite analizar en profundidad las ideas transmitidas por el escritor. También, compartir impresiones con otros lectores, todo lo cual enriquece la capacidad de análisis de situaciones reales.
La lectura, en fin, nos abre todo un mundo de conocimiento que ningún otro tipo de entretención puede brindarnos.
Por qué ya no leemos
Conociendo todos los beneficios que nos deja la lectura, la pregunta que surge es, ¿por qué cada vez se lee menos?
Puede haber muchas explicaciones, pero sin duda la más importante es, como sucede con tantos otros problemas, el uso permanente de las redes sociales.
De acuerdo a la a Asociación Americana de Psicología, mientras solo el 20% de los jóvenes norteamericanos leen un libro o revista diariamente por placer, el 80% dedican su tiempo a las redes sociales. Mientras en 1970 el 60% de los adolescentes leían diariamente libros o revistas, en 2016, solo el 16% de ellos lo hicieron.
Esta situación de EEUU se extiende a todos los países. Pero lo preocupante no es solo que ahora Cervantes o Shakespeare parezcan aburridos. El problema de fondo es que las nuevas generaciones no los pueden entender.
El vocabulario limitado que se utiliza en las redes, así como las ideas inmediatistas y más especulativas que analíticas conducen a que un texto clásico parezca excesivamente complejo. Pero esos textos reflejaban la vida de las sociedades en las que fueron creados. Sus autores transmitían, mediante situaciones entretenidas, un reflejo de su tiempo.
Sin embargo, para jóvenes acostumbrados a leer textos cortos que los llevan de una idea a otra sin dar tiempo de digerirlos, enfrentarse a un libro de más de cien páginas se convierte en una tarea abrumadora.
¿Debemos decir, por todo esto, que la sociedad actual es menos inteligente que las pasadas? No necesariamente. Pero si no nos hacemos conscientes de lo que significa abandonar el hábito de la lectura, el nivel de raciocinio va a disminuir sin remedio.
Muchos docentes y analistas, preocupados por el alejamiento de la lectura, opinan que ya no se deben leer libros clásicos o, en último término, éstos deben adaptarse a nuestra época. Afirman, además que, ante el rechazo de los estudiantes por tales obras, se les debe conducir a la lectura de libros actuales, que reflejen la sociedad en la que vivimos.
Aunque esto último no es del todo incorrecto, entre los millones de libros que se publican hay una gran cantidad que solo buscan vender historias intrascendentes, sin aportar ni al idioma ni, menos aún, a la cultura o a la sociedad.
Aunque un libro considerado clásico debe, entre otras cosas, ser entretenido, tampoco puede apartarse del afán de comunicar coherentemente. De lo contrario, seguiría la misma línea de lo que encontramos en las redes sociales.
¿Se puede recuperar el arte de leer?
Primero que todo, debemos tener en claro que las redes sociales se han extendido de forma desmesurada. Convencer a un joven de que un libro de 500 páginas puede ser más entretenido que la inmediatez de las redes, no parece tarea fácil.
Pero tampoco es imposible. Como se dijo atrás, no es que las nuevas generaciones sean menos inteligentes, pero sí se las está embruteciendo. Es evidente que la capacidad de análisis ha disminuido, y los resultados de las pruebas PISA en comprensión de lectura lo atestiguan.
Jean M. Twenge, investigador de la Asociación Americana de Psicología afirmó en el estudio mencionado arriba: “Poder leer textos extensos es fundamental para comprender cuestiones complejas y desarrollar habilidades de pensamiento crítico. Las democracias necesitan votantes informados y ciudadanos involucrados que puedan reflexionar sobre los problemas, y eso podría resultar más difícil para personas de todas las edades ahora que la información en línea es la norma”.
Si tenemos en cuenta esto, se puede entender por qué es tan necesario volver a desarrollar el amor por los libros entre la juventud. Tal vez hay muchos interesados en que esto no suceda, pues siempre es más fácil manipular a un pueblo que no entiende lo que se le dice. Pero si todos tienen capacidad de análisis, seguramente esos manipuladores dejarán de existir.
Algunas reflexiones para recobrar la lectura
Ante la pregunta de si se consideraba un buen escritor, el argentino Jorge Luis Borges, contestó: “No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector”.
Esta frase resume la actitud con la cual se debe enfrentar la lectura. Solo si se aprecia el valor de un libro, puede tener sentido el sentarse a leerlo.
Por lo anterior, si queremos que nuestros hijos tomen la lectura como un entretenimiento divertido a la vez que educativo, debemos tener en cuenta algunos consejos.
- La lectura debe comenzar desde la infancia. Leerle narraciones infantiles a los pequeños todos los días, les va creando el amor a las letras y estimula su imaginación.
- Paralelo a lo anterior, se les debe restringir el tiempo con los celulares. Un niño antes de los 8 años no debería tener acceso a ellos.
- A esa edad, ya un niño puede leer textos escritos para ellos. Si desde pequeño ha disfrutado historias, ya puede comenzar a sumergirse en el mundo de la fantasía de los cuentos clásicos.
- Nunca se les debe obligar. Siempre la lectura debe ser para disfrutar. Lo contario produciría rechazo.
- Sobre esto, Borges (otra vez) dijo: “Creo que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido; la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado”.
- Cuando comiencen a mostrar interés, se les debe guiar, llevándolos hacia los autores juveniles. Julio Verne, Emilio Salgari y, por supuesto, los libros de Tolkien abren puertas a mundos fantásticos que estimulan la imaginación y la búsqueda de más aventuras.
- Llegado el momento, nunca se deben desechar los clásicos. Siempre poniendo a los jóvenes en el contexto de las épocas que se narran, se les debe inducir a conocer el alma humana a través de quienes supieron interpretarla magistralmente.
- Se les debe estimular para que indaguen sobre la clase de libros que desean leer, y que descubran los mejores para el campo en el que se sientan cómodos. No todos los libros que son de nuestro gusto tienen que gustarles a ellos.
- Finalmente, se les debe animar a discutir sobre lo que han leído. Eso les permitirá leer con un espíritu crítico y de comprensión.
Rescatando la inteligencia
Muchos hoy en día piensan que los lectores son personas aburridas y que la verdadera diversión se encuentra en las redes y el internet. Claro que estos también divierten, e incluso, si se busca donde debe ser, instruyen.
Pero quien aprende a apreciar los buenos libros entiende que estos jamás son aburridos. Además estimulan la inteligencia, la imaginación, la capacidad de análisis, la amplitud del vocabulario, la comprensión de lectura y el aprecio por la cultura. ¿Puede pedirse más a algo que entretiene y que, cuando se llega a la última frase, se tiene la sensación de haber vivido una aventura que valió la pena? Las redes sociales también entretienen, pero si nos preguntamos qué nos quedó después de varias horas de navegar por ellas, encontraremos un vacío que no dice nada.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
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