6 minutos de lectura. En su política ambientalista, Alemania acabó con sus reservas energéticas y creó gigantescos pero insuficientes parques de energía eólica y solar. Ahora se ve abocada a una crisis, pues Rusia no le vende gas y el país no sabe cómo enfrentar el duro invierno que se avecina.
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Durante el siglo XX y lo que va del XXI, Alemania ha demostrado ser un país capaz de superar todas las adversidades, permaneciendo entre los más poderosos del mundo. Pero en este momento observamos cómo se le avecina una crisis que podría ser de largo plazo.
Después de la segunda guerra mundial, Alemania se vio dividida en dos países, ambos sumidos en una grave situación económica y social. Pero rápidamente -por lo menos Alemania occidental-, se recuperó con el llamado “milagro alemán”, convirtiéndose de nuevo en una potencia comercial.
Con la reunificación tras la caída de la Unión Soviética, el crecimiento de una Alemania unida se hizo imparable. Pero este crecimiento, requería del suministro de un elemento vital: la energía.
Sin embargo, Alemania no tiene suficientes reservas de energía natural propias. El recurso que más posee es el carbón, el cual es considerado como el medio más sucio desde el punto de vista ambiental. Esto es un gran problema para Alemania que está comprometido con la transición hacia las energías limpias.
El proceso hacia las energías limpias lo comenzó aceleradamente en 2011, después de la catástrofe atómica de Fukushima en Japón; un giro radical hacia las fuentes sostenibles.
Para ello, Alemania comenzó a desmontar las plantas de energía atómica existentes, mientras se creaban gigantescos parques de energía eólica y solar. La extracción de carbón ha sido más compleja de desmontar, pues es muy eficiente, y genera miles de empleos necesarios para la estabilidad social.
Por esa misma época, incrementó la importación de grandes cantidades de gas ruso, considerada una fuente menos contaminante que el carbón. Además, había la creencia de que esta compra era una forma eficaz de tener bajo control al impredecible líder ruso, Vladimir Putin.
Por ello, cuando en 2018, Donald Trump advirtió a Alemania ante la ONU que, “la dependencia de un único proveedor extranjero puede dejar a una nación vulnerable ante la intimidación y la extorsión” … y que, “Alemania se convertirá totalmente en dependiente de Rusia si no cambia su rumbo”, la delegación alemana se burló incrédula. Pero el tiempo le dio la razón a Trump.
Todo este panorama nos muestra cómo un país que era autosuficiente en la producción de la energía, se ha vuelto vulnerable ante los acontecimientos externos.
Porque lo cierto es que la energía eólica y la solar nunca pueden ser las primarias para un país, por la sencilla razón de que, dependen de factores climáticos cambiantes. De hecho, estos sistemas solo representan el 20% de la energía consumida, contra el 30% del carbón.
Por otro lado, la energía atómica -60% menos contaminante que el gas o el carbón-, prácticamente ha sido desmantelada. Obviamente este tipo de energía implica altos riesgos. Sin embargo, ante la crisis actual, se está considerando ampliar el plazo para el cierre de las tres plantas que aun están activas, e incluso revivir otras tres que cerraron en diciembre pasado.
En todo caso, Alemania se las arregló para tomar varias decisiones que la han llevado a lo que puede ser una tormenta perfecta. Por un lado, se adhirió el extremismo ecológico que lo condujo al crecimiento de energías limpias, pero insuficientes. Por otro, creó una dependencia absoluta de Rusia, un país que ya había mostrado ante Lituania, que podía usar el gas como elemento de chantaje.
Como era de esperarse, esto es lo que está sucedido con la guerra de Rusia con Ucrania. Con la suspensión del suministro de gas por parte de Rusia, el gobierno alemán busca desesperadamente cómo enfrentar el duro invierno que se avecina, ya que el gas es su principal fuente de energía.
Aparte de todo, los mayores consumidores de gas en Alemania son la industria pesada con el 37% y los hogares, con el 31%. Por lo tanto, esto afecta directamente la producción industrial y el bolsillo de la población. Ahora el valor de la energía doméstica llegó a los 566 dólares por megavatio/hora, contra 40 dólares de años pasados.
Si a todo lo anterior sumamos otros factores de crisis, como el decrecimiento de la población joven, el cual ya es un problema de grandes proporciones, así como la migración de grandes industrias buscando mano de obra más barata, Alemania se enfrenta a una posible crisis difícil de manejar.
Así mismo, en los últimos años, el crecimiento alemán se ha basado en el gran volumen de exportación, especialmente a China. Pero ahora, este país también apunta hacia una crisis económica que afectará las exportaciones alemanas. Encima de todo, el mercado interno alemán se descuidó durante mucho tiempo.
Entonces, Alemania debe repensar y cambiar muchas cosas del rumbo que ha tomado. Aunque la fórmula fue exitosa por bastante tiempo, en este momento se revelan los puntos más débiles de su política energética.
A pesar de que hay un consenso sobre el problema contaminante de las energías fósiles, aún no se ha desarrollado ninguna que las pueda sustituir competitivamente. Por lo tanto, renunciar a las energías tradicionales y entrar a depender de potencias extranjeras, no es nada saludable.
Tal vez los sucesos de los últimos meses sirvan como ejemplo, no solo para Alemania, sino para todos los países que la veían como un modelo a seguir. Porque al igual que los individuos, los gobiernos, a pesar de las advertencias, solo aprenden con las malas experiencias.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
Foto Envato
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