Vladimir Putin en su Laberinto

7 minutos de lectura. Cuando Vladimir Putin ordenó al ejército ruso movilizarse hacia Ucrania en febrero de este año, suponía que la toma de ese país tardaría unas semanas. Pero ahora se encuentra en un callejón sin salida.


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Desde cuando Vladimir Putin llegó al poder en Rusia en 1999, siempre dejó ver su inconformismo por la desintegración de la antigua Unión Soviética.

Por esta razón, pudimos observar hace pocos días cómo la muerte de Mijaíl Gorbachov (el líder ruso que puso fin a la guerra fria) a la edad de 91 años pasó casi inadvertida en Rusia. Esto, porque tanto Putin como sus aliados políticos siempre lo culparon de tal desintegración.

Por estas mismas razones, siempre estuvo presente en los conflictos de las repúblicas separatistas, como en Georgia, o cuando se evitó la separación de Chechenia.

Pero su afán de recuperar los territorios perdidos se vio claramente en 2014, cuando anexó nuevamente la península de Crimea a la federación rusa.

Sin embargo, su mayor ambición desde un comienzo ha sido la recuperación de Ucrania. Este país en realidad no es de una gran significancia económica. Al contrario, siempre ha sido reconocido por la corrupción política y las dificultades sociales.

Pero el asunto es que, por una parte, allí se encuentran las principales fábricas de material bélico que abastecen a la Unión Soviética.

Por otro lado, históricamente ambas naciones has tenido un desarrollo muy estrecho. Basta saber que la primera capital de Rusia, hace 700 años, fue Kiev (la actual capital de Ucrania).

Así mismo, la ubicación estratégica de Ucrania, con amplias fronteras sobre los países de Europa del Este, la convirtió en un objeto de litigio. Putin alegaba que la ambición de Ucrania de ingresar a la Otan significaba una amenaza para Rusia.

Finalmente, sea la razón que fuera, o la suma de todas ellas, cuando se inició la invasión a territorio ucraniano, todo el mundo, comenzando por el mismo Putin, pensó que su caída sería cuestión de unas pocas semanas.

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De este modo se inició una acometida feroz, con tanques y aviones rusos ingresando a las ciudades fronterizas, abriéndose camino hacia Kiev. Bien pronto comenzaron a llegar las imágenes de los desastres provocados por la guerra entre la población civil.

Por supuesto, se prendieron las alarmas y el apoyo militar y hasta de combatientes voluntarios se volcaron en defensa de Ucrania. Sus ciudadanos, quienes no querían ser nuevamente una provincia más de Rusia, salieron en masa a defender su territorio.

Todo esto llevó a que el ejército ruso comenzara a ver pasar no solo las semanas sino los meses, sin poder culminar su conquista. Al mismo tiempo, se encontraron recibiendo muchas más bajas de las esperadas, y se enfrentaron al hecho de que, en realidad su armamento no era tan eficaz como se había pensado.

De igual modo, los socios naturales de Rusia -Irán y China- se han mantenido a prudente distancia. Especialmente Xi Jinping entiende claramente que un apoyo directo a Rusia puede comprometer aún más sus relaciones con EEUU y Europa, ya de por sí muy tensas por el problema de Taiwán y de los derechos humanos.

 Esto se pudo ver en su reciente reunión en Uzbekistán, donde quedó claro que China tiene reticencias sobre el desarrollo de la guerra en Ucrania. Por su parte, el primer ministro indio, Narendra Modi, le expresó en dicha reunión que, “Sé que la era de hoy no es una era de guerra, y he hablado con usted por teléfono sobre esto”.

El líder de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, es tal vez el amigo más incondicional de Putin. Pero, tratándose de un país también con sus propios problemas, y una población no muy dispuesta a entrar en tal conflicto, no puede esperarse mucho de él.

De modo tal que, ahora, cuando el ejército ucraniano ha recuperado vastos territorios mientras empuja a las fuerzas rusas hacia su propia frontera, Putin ve su situación muy comprometida.

Porque no se trata solamente de la posibilidad de perder la guerra, sino que al interior de su propio país comienza a crecer el inconformismo del pueblo ruso. Ante el anuncio de que incorporará 300.000 reservistas al ejército, miles de hombres comenzaron a huir, pidiendo refugio en países vecinos como Finlandia y Turquía.

Mientras tanto, las calles de Moscú se ven colmadas por miles de manifestantes que piden el fin de las hostilidades, pues el pueblo se ha enterado de que miles de soldados han muerto en esa guerra que prometía ser corta.

Ante este panorama, Vladimir Putin se está viendo cada vez más cercado. Se dice que el pedido de sus socios de terminar lo más pronto posible ese conflicto, lo interpretó como que debe tomar acciones más drásticas.

Por esto, ahora amenaza con una escalada nuclear. Ya Biden en la reunión de la ONU le recordó que una guerra nuclear no la gana nadie. Pero parece que esto le importa poco.

Entonces cabe preguntarnos hasta dónde puede llegar la megalomanía del líder ruso. ¿Será capaz de aceptar una derrota, y avenirse a una conciliación con Ucrania? Nadie sabe.

Pero en este momento, no le quedan muchas salidas. La posibilidad de que pueda ganar esta guerra en corto tiempo es muy improbable, máxime cuando sus hombres no tienen la moral ni el estímulo suficiente para sacrificarse en un conflicto sin sentido.

Llegar a un arreglo que satisfaga a ambas partes también es difícil. Porque para ello, Ucrania tendría que ceder parte de su territorio, y no hay muchas probabilidades de que tanto el gobierno como el pueblo ucraniano acepten eso, cuando están avanzando en la recuperación de lo perdido.

De modo que, Putin se encuentra en un laberinto, construido por él mismo, pero al cual ahora no le encuentra la salida.

Mientras tanto, el mundo mira expectante, esperando que los líderes del mundo tengan la sensatez de encontrar una solución que no implique miles de muertes inútiles.

Querámoslo o no, todos nosotros, sin importar qué tan lejos estemos de la zona de conflicto, estamos caminando por el mismo laberinto que Putin construyó.


Escrito por Carlos Morales Galvis para VCSradio.net

Foto wikimedia commons


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