Las pescadoras
Anónimo
Un grupo de pescadoras, después de concluida la faena, se pusieron en marcha hacia sus respectivas casas. El trayecto era largo y, cuando la noche comenzaba a caer, se desencadenó una violenta tormenta.
Llovía tan torrencialmente que era necesario guarecerse. Divisaron a lo lejos una casa y comenzaron a correr hacia ella. Llamaron a la puerta y les abrió una hospitalaria mujer que era la dueña de la casa y se dedicaba al cultivo y venta de flores. Al ver totalmente empapadas a las pescadoras, les ofreció una habitación para que tranquilamente pasaran allí la noche.
Era una amplia estancia donde había una gran cantidad de cestas con hermosas y muy variadas flores, dispuestas para ser vendidas al siguiente día.
Las pescadoras estaban agotadas y se pusieron a dormir. Sin embargo, no lograban conciliar el sueño y empezaron a quejarse del aroma de las flores: “¡Qué peste! No hay quién soporte este olor. Así no hay quién pueda dormir”. Entonces una de ellas tuvo una idea y se la sugirió a sus compañeras:
-No hay quién aguante esta peste, amigas, y, si no ponemos remedio, no vamos a poder pegar un ojo. Cojan las canastas de pescado y utilícenlas como almohada y así conseguiremos evitar este desagradable olor.
Las mujeres siguieron la sugerencia de su compañera. Cogieron las cestas malolientes de pescado y apoyaron las cabezas sobre ellas. Apenas había pasado un minuto y ya todas dormían profundamente.
Reflexión: Si nos acostumbramos a movernos entre la pestilencia, nos será imposible reconocer la verdadera fragancia y, por el contrario, tomándola como desagradable, nos alejaremos de ella.
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Narración: Edmanuel Pérez