
7 minutos. Durante varias décadas hemos observado el crecimiento imparable de la economía china. Pero mientras el país se expande, el gobierno muestra un retorno hacia las políticas de la era maoísta.
Desde 1978, cuando China decidió liberar el rígido sistema de economía comunista y permitir el ingreso al capitalismo mercantil, se inició un progreso sostenido. Esto lo ha llevado a convertirse actualmente en la segunda potencia mundial.
Por esto, cuando Xi Jinping llegó al poder en 2013, encontró una nación llena de optimismo y en vías de ascenso. En poco tiempo, valiéndose de la gran campaña anti corrupción, se deshizo de sus mayores adversarios; así, comenzó a consolidar su poder, cada vez más sólido dentro de las estructuras del Partido Comunista Chino, PCCh.
Este creciente poder le permitió a Xi tomar muchas medidas para mostrar el poderío chino ante el mundo. Por ejemplo, con la iniciativa de la “Nueva Ruta de la seda”, comenzó a expandir los tentáculos del poder económico; esto, especialmente entre los países más vulnerables, en África, Cercano Oriente, Europa del Este y Suramérica.
Estas alianzas le generaban poder político en la ONU, proveían recursos minerales y aumentaban el control de puertos estratégicos alrededor del mundo. Los enormes préstamos, entregados casi sin garantías, han facilitado al PCCh tomar control de las materias primas de muchas naciones.
Simultáneamente, China ha desarrollado una política cada vez más agresiva, especialmente con sus vecinos de la región Asia-Pacífico. Esto ha puesto al régimen en permanente conflicto, especialmente con EEUU.
Desafortunadamente, existe una gran dependencia por parte de las grandes industrias y empresas occidentales hacia el enorme mercado chino; esto no permite que los países se pongan de acuerdo para tomar medidas que frenen este avance.
Cuando, en 2018 el parlamento permitió la reelección ilimitada del líder chino, abrió la puerta para un regreso a los tiempos dictatoriales de Mao Zedong.
A partir de entonces, Xi Jinping ha tomado férreamente las riendas del poder, resucitando viejas prácticas, como el culto a su personalidad, y ha incrementado la censura y el adoctrinamiento político en las escuelas.
Pero tal vez las medidas más peligrosas para la estabilidad económica están en el regreso al estricto control de las grandes industrias y medios productivos. Entendiendo que el éxito de la libre economía depende en gran parte de la confianza depositada en el sistema político, las medidas coercitivas necesariamente afectan el estímulo a los inversores. Un ejemplo es la forma como se ha afectado a la industria de los videojuegos y a gigantes de internet como Alibaba.
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Pero, tal vez el mayor impacto se ha visto en el desarrollo inmobiliario. El caso de Evergrande es el más conocido, pero toda la industria de la vivienda se encuentra en una crisis que parece irreversible. Todos estos casos, generados por las decisiones del gobierno, están produciendo millones de desempleados; esto sucede en un momento en que se requiere que la gente tenga mayor poder adquisitivo, como motor del crecimiento.
Aparentemente al gobierno de Xi le preocupa el “exceso de capitalismo”, que puede producir un gran desequilibrio social. Pero lo cierto es que la llamada política de la “prosperidad compartida” de Xi, es la que está generando la mayor incertidumbre en las inversiones.
Durante años, la economía china se basó en ofrecer mano de obra barata, para atraer grandes empresas de occidente. Pero con el crecimiento de la clase media y los altos precios de los productos básicos, especialmente la vivienda, esa mano de obra se ha visto abocada a vivir en unas condiciones precarias.
Todo lo anterior nos confirma que la mezcla de capitalismo con autoritarismo comunista no es algo que pueda funcionar permanentemente. El capitalismo, por naturaleza, requiere libertad para desarrollarse, pues la competencia es una de sus bases fundamentales.
Pero el comunismo es la antítesis de esa libertad necesaria para la libre empresa. Seguramente por esto, Xi Jinping, teme que esos multimillonarios chinos puedan socavar su poder. Por tal motivo, establece un tope estricto a su crecimiento. Pero de hecho, todas esas medidas alejan del capitalismo que trajo el crecimiento económico y social de China.
Entonces, nos preguntamos: ¿hacia dónde se dirige China? Aunque permanentemente se habla de cómo en pocos años, el poderoso país asiático podría convertirse en la primera potencia mundial, al mismo tiempo se menciona la inminencia de una enorme crisis.
De cualquier modo, es innegable que el autoritarismo extremo en la historia reciente solo ha llevado a las naciones a la ruina. Es impredecible cómo será la reacción del pueblo chino ante una situación extrema; especialmente después de haber conocido una relativa prosperidad, que les permitió probar un poco la libertad que se respira en occidente.
Resulta imposible calcular hasta dónde llegará el afán de preservar el poder del PCCh. Pero lo cierto es que, si China continúa por el sendero de regreso al país que quiso forjar Mao, muy seguramente la crisis que ya se percibe podrá tornarse irreversible.
Artículo escrito por Carlos Morales G
Foto de portada: Wikipedia Commons
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