15 minutos. El agua de la vida es un bello cuento que enseña sobre brindar ayuda desinteresada y que puedes escuchar o leer a continuación:
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EL AGUA DE LA VIDA
Había una vez un rey que estaba gravemente enfermo. Sus tres hijos, desesperados, ya no sabían qué hacer para curarlo. Un día, mientras paseaban afligidos por el jardín del palacio, un anciano de ojos vidriosos y barba blanca se les acercó.
– Sé que les preocupa la salud de vuestro padre. Créanme cuando les digo que lo único que puede sanarlo es el agua de la vida. Vayan a buscarla y que beba de ella, si quieren que se recupere.
– ¿Y dónde podemos conseguirla? – preguntaron a la vez.
– Siento decirles que es muy difícil de encontrar, tanto que hasta ahora nadie ha logrado llegar hasta su paradero.
– ¡Ahora mismo iré a buscarla! – dijo el hermano mayor y se alejó pensando: ¡si sano a mi padre, heredare la corona!
Entró en el establo, ensilló su caballo y a galope se adentró en el bosque. En medio del camino, tropezó con un duendecillo que le hizo frenar en seco.
– ¿A dónde vas? – dijo el extraño ser con voz aflautada.
– ¿A ti que te interesa? ¡Apártate de mi camino, enano!
El duende se sintió ofendido y le lanzó una maldición: Es mi deseo que te desvíes hacia las montañas. El hijo del rey se desorientó y se quedó atrapado en un desfiladero del que era imposible salir.
Viendo que su hermano no regresaba, el mediano de los hijos decidió ir a por el agua de la vida… -Iré a probar suerte, pues mi deseo es convertirme en el futuro Rey-… y también es sorprendido por el curioso duende.
– ¿A dónde vas? – le preguntó con su característica voz aguda.
– ¡A ti no te lo voy a decir, enano preguntón! ¡Vete y déjame en paz! El duende se apartó y, enfadado, le lanzó la misma maldición que a su hermano: -Deseo que te desvíes, a lo profundo del desfiladero entre las montañas de donde no puedas escapar-.
El hijo menor del rey estaba preocupado por sus hermanos. Los días pasaban, ninguno de los dos había regresado y la salud de su padre empeoraba por minutos. Sintió que tenía que hacer algo y partió con su caballo a probar fortuna. El duende del bosque se cruzó, en su camino.
– ¿A dónde vas? – le preguntó con cara de curiosidad.
– Voy en busca del agua de la vida para curar a mi padre, el rey, aunque lo cierto es que no sé a dónde debo dirigirme.
¡El duende se sintió feliz! Al fin le habían tratado con educación y amabilidad. Miró a los ojos al joven y percibió que era un hombre de buen corazón.
– ¡Yo te ayudaré! Conozco el lugar donde puedes encontrar el agua de la vida. Tienes que ir al jardín del castillo encantado, porque allí está el manantial que buscas.
– ¡Oh, gracias! Pero… ¿Cómo puedo entrar en el castillo, si como dices, está encantado?
El duende metió la mano en el bolsillo y sacó dos panes y una varita mágica.
– Ten, esto es para ti. Cuando llegues a la puerta del castillo, da tres golpes con la varita sobre la cerradura y se abrirá. Si aparecen dos leones, dales el pan y podrás pasar. Pero date prisa, en coger el agua del manantial, pues a las doce de la noche las puertas se cerrarán para siempre y, si todavía estás dentro, no podrás salir jamás.
¡Muchas gracias duende por tu ayuda! dijo el hijo del rey y se fundieron en un fuerte abrazo de despedida. Partió muy animado y convencido de encontrar muy pronto el agua de la vida. Cabalgó sin descanso durante días y por fin, divisó el castillo encantado.
Cuando estuvo frente a la puerta, dio tres golpes en la entrada con la varita y la enorme verja se abrió. En ese momento, dos leones de colmillos afilados y enormes garras, corrieron hacia él dispuestos a atacarle. Con un rápido movimiento, cogió los panes de su bolsillo y se los lanzó a la boca. Los leones los atraparon y, mansos como ovejas, se sentaron plácidamente a saborear el pan.
Entró en el castillo y al llegar a las puertas del gran salón, las derribó. Allí, sentada, con la mirada perdida, estaba una hermosa princesa de ojos tristes. La pobre muchacha llevaba mucho tiempo encerrada por un malvado encantamiento.
– ¡Oh, gracias por liberarme! ¡Eres mi salvador! – Se miraron y se enamoraron– Imagino que vienes a buscar el agua de la vida… ¡Corre, no te queda mucho tiempo! Ve hacia el manantial que hay en el jardín, junto al rosal trepador. Yo te esperaré aquí. Si vuelves a buscarme antes de un año, seré tu esposa.
El muchacho le dio un beso en la mejilla y salió de allí ¡Se había enamorado a primera vista! Recorrió a toda prisa el jardín y… ¡Sí, allí estaba la deseada fuente! Llenó un frasco con el agua de la vida y salió a la carrera hacia la puerta, donde le esperaba su caballo. Faltaban segundos para las doce de la noche y justo cuando cruzó el umbral, el portón se cerró a sus espaldas.
Ya de vuelta por el bosque, el duende apareció de nuevo ante él. El joven volvió a mostrarle su profundo agradecimiento.
– ¡Hola, amigo! ¡Gracias a tus consejos he encontrado el manantial del agua de la vida! Voy a llevársela a mi padre.
– ¡Estupendo! ¡Me alegro mucho por ti!
Pero de repente, el joven bajó la cabeza y su cara se nubló de tristeza.
– Mi única pena ahora es saber dónde están mis hermanos…
– ¡A tus hermanos les he dado un buen merecido! Se comportaron como unos maleducados y egoístas. Espero que hayan aprendido la lección. Les condené a quedarse atrapados en las montañas, pero al final me dieron pena y les dejé libres. Los encontrarás a pocos kilómetros de aquí, pero vete con ojo ¡No me fio de ellos!
– Eres muy generoso… ¡Gracias, amigo! ¡Hasta siempre!
Reanudó el trayecto y se encontró a sus hermanos vagando por el bosque. Los tres juntos, regresaron al castillo. Allí se encontraron una escena muy triste: su padre, rodeado de sirvientes, agonizaba en silencio sobre su cama.
¡No había tiempo que perder! ¡Padre bebe el agua de la vida! Tan pronto la consumió el Rey recupero la alegría y la salud. Abrazó a sus hijos y se puso a comer para recuperar fuerzas ¡Ver para creer! ¡Hasta parecía que había rejuvenecido unos cuantos años!
Esa noche, el pequeño de los hermanos les relato todo lo sucedido. Les contó la historia del duende, del castillo embrujado y de cómo había liberado de su encantamiento a la princesa. Al final, les comunicó:
¡Debo volver por ella pues me espera impaciente, para convertirse en mi esposa!
Sus dos hermanos mayores se morían de envidia. Gracias a él, su padre estaba curado y encima se había ganado el amor de una hermosa heredera. Cada uno por su lado, decidieron adelantarse a su hermano. Querían llegar al castillo cuanto antes y conseguir que la princesa se casara con ellos.
Mientras tanto, ella aguardaba nerviosa al hijo pequeño del rey y ordenó a sus criados: ¡Pongan una alfombra de oro desde el bosque hasta la entrada de palacio!
– ¡Sólo dejan pasar al caballero que venga cabalgando por el centro de la alfombra! –
El primero que llegó fue el hermano mayor, que, al ver la alfombra de oro, se apartó y dio un rodeo para no estropearla. Los soldados le prohibieron entrar.
Una hora después llegó el hermano mediano. Al ver la alfombra de oro, temió mancharla de barro y prefirió acceder al palacio por un camino alternativo. Los soldados tampoco le dejaron pasar.
Por último, apareció el pequeño. Desde lejos, vio a la princesa en la ventana y fue tan grande su emoción, que cruzó veloz la alfombra de oro. Ni siquiera miró al suelo, pues lo único que deseaba era rescatarla y llevársela con él. Los soldados abrieron la puerta a su paso y la princesa lo recibió, con un gran abrazo lleno de amor.
Y así termina la historia del joven valiente de buen corazón que, con la ayuda de un duendecillo del bosque, sanó a su padre, encontró a la mujer de sus sueños y se convirtió en el nuevo rey.
Adaptación al cuento de los Hermanos Grimm publicado en mundoprimaria.com