El Monasterio y el Ajedrez

6:30 minutos. Un joven desea ingresar como novicio a un santo monasterio. Pero allí le espera una dura partida de ajedrez. Veamos si puede ganarla.



El Monasterio y el Ajedrez

Un joven rico que había llevado una vida de indolencia y ocio, pasó cierto día, en uno de sus paseos por el campo, frente a un monasterio. Pudo ver allí a los monjes trabajando la tierra, sudorosos y agotados, pero con unos semblantes que irradiaban felicidad.

Tras observarlos un momento, regresó a su casa pensando cómo él desperdiciaba su vida haraganeando, pero aun así se sentía vacío en su interior. Tres días después, luego de darle muchas vueltas, decidió que su futuro estaba en la vida contemplativa y se dirigió al monasterio, con el corazón lleno de esperanza.

Una vez expresó su deseo de ingresar al monasterio como un monje aprendiz, el abad lo miró detenidamente y le dijo:

-Debes saber que aquí vienen muchas personas esperando seguir la vida monacal, pero solo unas pocas pueden arraigarse, pues la mayoría no poseen la verdadera vocación.

-Reverencia, solo dame una oportunidad –replicó el joven-. Mi vida no ha tenido ningún sentido hasta el día de hoy, pero ahora deseo cultivar mi espíritu y encontrar mi ser verdadero.

-Bien, pero dime, ¿Eres capaz de mantenerte concentrado por largo tiempo? Eso es vital para que puedas reflexionar profundamente en la Palabra de Dios –dijo el abad.

-Verás, señor. En mi casa nunca faltó nada, de modo que no adquirí la costumbre de hacer ningún oficio. En lo único que logro concentrarme es en el juego del ajedrez.

Escuchando esto, en seguida el abad le pidió a uno de los monjes que trajera un tablero de ajedrez y una espada. Cuando tuvo los objetos en su mano, se dirigió al monje:

-Valiéndome de tu voto de obediencia, requiero que te sientes a jugar una partida de ajedrez con este joven aspirante. Has de saber que, si pierdes, te cortaré la cabeza.

-En cuanto a ti –le dijo al joven-, requiero que juegues esta partida para ser aceptado. Pero igualmente, si pierdes, te cortaré la cabeza. Ahora pueden comenzar el juego.

Confundido ante el giro que habían tomado las cosas, pero entendiendo que le iba la vida en el juego, el joven comenzó la partida. Toda su atención estaba en el tablero y las fichas, pero percibía al abad mirándolos sin mover un músculo del rostro, mientras sostenía la espada firmemente en una mano.

Sentado frente a él, el monje también tenía la atención fija en el tablero. El muchacho observó de reojo sus facciones ajadas, su rostro sereno pero gastado por los muchos años de abstinencia. Por su frente comenzaron a correr gruesas gotas de sudor a medida que avanzaba la partida. Pensando que no podía perder, se concentró como nunca lo había hecho y lanzó un fuerte ataque, con el cual rápidamente se puso en posición ganadora.

Pero de repente volvió a mirar de nuevo a su contrincante, y percibió en su rostro, aún sereno estando al borde de la derrota, que se hallaba ante alguien con una vida mucho más valiosa que la suya. Sintió acudir a su corazón el soplo bendito de la compasión, y comenzó a hacer deliberadamente jugadas erráticas, hasta que se quedó sin defensa posible.

De repente, el abad golpeó fuertemente el tablero con la espada, y los jugadores quedaron suspensos, sin saber qué determinación había tomado.

-Declaro este juego como un empate –Les dijo el abad-. Hoy no cortaremos cabezas.

Entonces, con una sonrisa, se dirigió al joven aspirante:

-Para ingresar al monasterio se requieren dos cosas fundamentales: perfecta concentración y compasión. Has demostrado que ambas podías manifestarlas. Tu concentración en el juego fue extraordinaria, pero aun estando inmerso en él, pudiste sentir la compasión, hasta el punto de sacrificar tu vida por otro ser. Te invito a permanecer aquí, y si continúas por el sendero de la cultivación espiritual, te aseguro que podrás despertar a la verdad.


Cuento anónimo zen adaptado para VCSradio.net

Imagen de portada: Carlos Morales Galvis

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