19 Minutos. La Lechuza blanca es un bonito cuento que enseña a tener confianza en sí mismo y derrotar el bullying. Puedes escucharlo o leerlo a continuación:
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LA LECHUZA BLANCA
En un pequeño pueblo de humildes cabañas de madera, rodeado de inmensos bosques de hermosos árboles. En una época, en que las gentes se alumbraban con lámparas de aceite y se transportaban a lomos de sus caballos o en sus carretas de madera, tiradas por fuertes caballos.
Caminando por entre sus calles podíamos encontrarnos con el zapatero cosiendo los zapatos, al herrero inundando las calles con el sonido del golpeteo de su martillo sobre el hierro o al panadero que regalaba unas mañanas de rico olor de pan recién horneado, mientras el resto de habitantes cultivaban sus tierras y cuidaban de sus gallinas, cerdos, vacas y conejos, todo ello acompañado de las risas de los niños que correteaban jugando por todo el poblado al salir de la escuela.
En una de las cabañas pequeñita y muy acogedora, vivía un pequeño niño llamado Jeremías. Él, era tímido y reservado, escuchaba las risas de los niños desde su ventana con mirada triste. ¿Pero por qué no salía a jugar con ellos? Es que Jeremías, había nacido con una de sus piernas muy delgadita y débil y apenas podía caminar acompañado de unas muletas que su papá le había hecho con unos palos de madera.
Todos los niños del pueblo se burlaban de él, cuando le veían eran crueles, le decían
–¡Hola, tres patas jajajaja! Se reían continuamente de su discapacidad.
Jeremías poco a poco fue alejándose de esos malcriados niños, terminó encerrándose en su casa-
– ¡Hijo por favor, es hora de ir a la escuela! Le insistía su madre, quien lo miraba con gran tristeza, cada vez lo veía más decaído, apenas si quería comer, muy angustiada se preguntaba.
¿Qué voy a hacer, ante la falta del buen corazón de esos niños?
Una noche Jeremías, después de un tiempo encerrado en su habitación de madera, estaba acostado y arropado con una linda colcha que su madre le había confeccionado con tela de muchos colores, estaba a punto de dormirse, cuando de repente escuchó una extraña respiración en su ventana. Asustado, se tapó hasta la coronilla con su manta, creyendo que era un fantasma, tembló de miedo hasta quedarse dormido.
Pasaban los días y Jeremías, sentado junto a la ventana pensaba. Me gustaría correr y saltar por las calles del pueblo y los senderos del bosque… mmmm aaaaah. Suspiraba recordando muy apenado las burlas de sus compañeros. Cada día se le veía más débil y desnutrido, sus papas preocupados pidieron ayuda al médico del pueblo, el cual les dijo:
– No puedo hacer nada si el niño se niega a ingerir alimentos, no hay modo de obligarlo. Sus padres, muy impacientes, temían por la vida de su hijo.
Después de tanto encierro en su habitación, Jeremías muy débil y delgado como un palito, estaba a punto de quedarse profundamente dormido cuando escuchó de nuevo ese sonido, y decidido a averiguar qué era lo que lo atormentaba cada noche, hizo un esfuerzo, se levantó, y se dirigió a la ventana. Asomó la cabeza temblando de miedo y de repente vio algo blanco con unos enormes ojos negros que le miraban; casi dio un grito del susto cuando se dio cuenta de lo que era, ¡una lechuza !.
La lechuza observa atentamente a Jeremías y le dice:
– Hola, no tengas miedo de mí.
Jeremías, sorprendido de escuchar a la lechuza hablar, se quedó mirándola con los ojos más abiertos que el mismo animalito de ojazos negros.
De repente, la lechuza saltó sobre el hombro de Jeremías y colocándole una de sus alas sobre la mejilla, le dijo.
Llevo tiempo observándote y sé que estás muy triste y sin ganas de vivir por culpa de esos niños crueles. Quiero preguntarte algo.
– Si dime –
La lechuza bajo su ala acomodándose, y con tono suave y apaciguador le dijo:
– Me gustaría que me contaras que es lo que te gusta de esta vida que conoces, ¿qué es lo que te hace feliz?
Jeremías, tras unos segundos pensativo, se rascaba la cabeza intentando saber qué responder a la pregunta finalmente alcanzó a decir:
– Me hace feliz los abrazos de mi mamá y cuando mi papá me levanta y me hace volar como un pájaro. Me gusta escuchar el canto de los pájaros, ver las ardillas saltar entre las ramas y ver nadar los renacuajos. Disfruto de las historias que me cuenta el zapatero mientras confecciona los zapatos, para los habitantes del pueblo, del Rey y los de toda la corte. Me gustan las tortitas que mi mamá prepara por las mañanas con rica miel. También me gusta escuchar el sonido de la lluvia en el tejado y la deliciosa sopa que prepara mi mamá en esos días de tormenta y ah! – exclamó – me encanta estar al calor de la chimenea mientras mi mamá me cuenta historias de duendes y hadas.
– ¡Cuantas cosas lindas y agradables te rodean! – ¡Eso es estupendo! me has contado cosas muy hermosas.
Jeremías la miraba atento y curioso sin entender muy bien porque aquella lechuza blanca habladora había ido a visitarlo.
– ¿Y qué quieres ser de mayor?
– Quiero ser zapatero como el señor Tobías.
La lechuza, tras un par de minutos en silencio, de repente se puso tiesa y estirada como un coronel y dijo con voz firme pero tranquilizadora:
– Jeremías, tu vida es hermosa, tienes unos padres que te aman, una casa confortable y acogedora, vives en un lugar lleno de lindos animalitos y una naturaleza hermosa. Puedes sentir el calor del sol cada mañana, la caricia del viento, la suave lluvia y el olor a rocío y sentir los primeros rayos de Sol que entran por tu ventana. Todo ello es lo más extraordinario que un niño pueda vivir y tú lo tienes.
Jeremías escuchaba en silencio y la lechuza siguió hablándole:
Sé que te sientes desdichado por no poder correr, pero no necesitas hacerlo para ser feliz. Tienes anhelos, sabes lo que quieres hacer en la vida y debes ser valiente y luchar por todo aquello que te hace feliz.
– Pero… ¿y esos niños malos que se burlan de mí?
– Ellos son unos desdichados, – son niños vacíos de espíritu que necesitan madurar y comprender que todos los seres humanos son iguales a pesar de sus diferencias físicas o ideológicas. Ellos algún día comprenderán que no está bien reírse de las otras personas y tú mientras tanto, querido niño, debes ignorarlos y ser feliz con lo hermoso que te da la vida. Se feliz querido Jeremías, tienes todo a tu alcance para serlo.
La blanca lechuza acarició el rostro de Jeremías y sin decir una palabra más alzó el vuelo y se perdió en la oscuridad de la noche. Jeremías regresó a su cama y se quedó profundamente dormido.
Al día siguiente, saltó de la cama y abriendo la puerta de su habitación le exclamó a su madre:
– Mamá! hazme unas ricas tortitas por favor !
Su mamá, sorprendida, corrió a prepararle unas ricas tortas con miel.
Ese día, Jeremías salió a la calle decidido a disfrutar de la vida sin importarle lo que esos niños inmaduros le dijeran y con la cabeza bien alta comenzó a andar ayudado por sus muletas. Los niños, al verle pasar se quedaron mirándolo mientras uno de ellos parecía que le iba a decir algo, seguramente nada bueno. Jeremías, se quedó mirándolo y con una gran sonrisa le dio la espalda y siguió caminando hacia la casa del señor Tobías quién le iba a enseñar el oficio de zapatero. Los niños, sorprendidos de observar la seguridad en sí mismo de Jeremías mientras los ignoraba, se quedaron callados.
Fueron pasando los días y Jeremías se sentía cada vez más feliz y afortunado con todo lo bueno que tenía.
Un buen día, al pasar por la plaza, vio cómo los niños jugaban alrededor de la fuente y de repente uno de ellos cayó en un enorme charco de barro. Todos los niños se rieron a carcajadas. Jeremías, se acercó y le dijo:
Toma apóyate en mi muleta para que te puedas poner de pie. Tanto Jeremías como el niño embarrado, se miraron el uno al otro y de repente se echaron a reír a carcajadas divertidas por lo gracioso del momento junto a las carcajadas del resto de niños.
Desde ese día, los niños nunca más se burlaron de él, pues habían comprendido que lo que le habían hecho a Jeremías era indeseable y no estaba nada bien.
Pasaron unos años y Jeremías se convirtió en un famoso zapatero reconocido por todo el pueblo, y por el Rey de la comarca, ya que hacía los zapatos de toda la corte como lo había hecho el señor Tobías .
Jeremías era muy pero que muy feliz y se sentía afortunado.
Una noche, vio pasar a la lechuza por delante de su ventana y levantándose fue hacia ella gritando:
-¡¡ Señora lechuza como me alegro de verla de nuevo!!
La lechuza, respondió:
– ¡Me alegro de volver a verte de nuevo convertido en un hombrazo, llevando una vida plena! Mira todo lo que has conseguido siendo fuerte y valiente y sobre todo apreciando lo bueno que tenías y no dejándote vencer! me alegro mucho por ti , ¡suerte amigo ! – grito alejándose volando hacia el bosque mientras Jeremías le gritaba:
– Pero ¿cómo te llamas? , ¡No me dijiste tu nombre!
– ¡Soy la lechuza blanca de la gratitud, la fuerza, la valentía, el coraje, y me llaman Esperanza!
– ¡Adiós querida amiga! ¡Muchas gracias!
Y así fue como Jeremías se convirtió en un buen hombre agradecido con lo bueno que le brindaba la vida sin importarle los malos momentos ni sus limitaciones a los que siempre les hizo frente con coraje y la cabeza bien alta.
Adaptación al cuento: La lechuza de Marce Jou. para VCSradio.net
Publicado en: cuentosinfantilesadormir.com