Los castigos de mamá
De aquella época recuerdo los castigos de mamá.
Castigos a los que me hacía acreedor, por ejemplo, por pelearme con mi hermana, por no comer el puré (¡aún hoy lo odio con todo mi corazón!) o por escaparme, durante la sagradísima siesta, a jugar a la pelota en el pasaje de los Quintana.
Deben haber sido muy frecuentes, si no, no los recordaría, digo yo… Penitencias improvisadas y faltas de imaginación, tajantes, enojadas y super definidas cuando fui un poco mayor.
Y su castigo predilecto era encerrarme en el estudio de papá, una sala con paredes escondidas tras un arsenal de libros, que caóticamente se acomodaban en estanterías tan altas como desvencijadas.
Una silla y un viejo escritorio eran su único mobiliario. Una pequeña ventana de dos hojas que daba al jardín, rompía la monotonía.
Me recuerdo sentado en el piso, con los brazos cruzados, mocoso y enfurruñado, digiriendo amargamente las infames horas del destierro. Mi madre siempre sostuvo que nunca fueron tantas, pero nunca zanjamos esa discusión.
Cuando ya era un poco mayor, recuerdo también mis impecables planes de escape, desde los más burdos y trillados. Como duplicar la llave de entrada, o ensanchar o forzar los barrotes de la verja de la ventana, hasta que quepa mi cabeza. Me dijo Antonito: “si te pasa la cabeza, ya estás afuera; hasta otros más elaborados y robados de la tele.
Mi preferido era mover uno de los libros que abriría una puerta secreta, que daba a un pasadizo de la época de las colonias.
Y fue precisamente en uno de esos intentos, cuando de pronto me encontré hojeando “La vuelta al mundo en ochenta días”, seguramente atraído por la promesa críptica de su título.
Le siguieron “Dos años de vacaciones” y “Las tribulaciones de un chino en China”. Lo recuerdo bien como también recuerdo que ya no necesitaba castigos para encerrarme en el estudio de papá y, en algún momento, entre página y página –ahora lo sé- había conseguido por fin, alcanzar mi objetivo.
Hoy, ya adulto y a la distancia, me preguntó si aquel castigo improvisado, no era en realidad un maquiavélico, pero exquisitamente bello plan maestro de mi madre para enseñarme, sin que me diera cuenta, a abrir todas las puertas, a forzar todos los barrotes y a remontar todos los vuelos.
Escrito por José Pablo López para VisionTimes.com
Narración: Javier Hernández
Dirección y edición: Carlos Morales Galvis
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