Las Antenitas de Papel es un cuento que puedes escuchar o leer a continuación:
Las Antenitas de Papel
Cada ser es excepcional, sólo que a veces nos toma tiempo saber en qué modo cada uno de nosotros lo somos. Esta historia se desarrolla en una colonia de hormigas, donde casi todas deben realizar tareas parecidas. En una misma colonia todas las hormigas son muy parecidas… excepto Orfila.
Orfila era una hormiga muy especial: Había nacido sin antenas. Su madre, para que no se burlaran de ella, le había fabricado unas antenas de papel. Con buena intención las había hecho largas, lo que también las hacía lucir graciosas y algo ruidosas, por ejemplo, cuando hacía viento sonaban como si aplaudieran. Eso provocaba que las demás hormigas se burlaran y se rieran. A veces, Orfila las tejía para que no hicieran ruido, pero de todas formas cuando las hormigas están ocupadas mueven las antenas sin parar, por lo que se soltaban. Casi se resignaba a que cualquier cosa que hiciera de cualquier manera las demás hormigas de la colonia se burlarían de ella.
De alguna manera nos perturba lo que es diferente. A las demás hormigas no les gustaba estar junto a ella, y la evitaban al momento de formar los grupos para jugar o trabajar. Cuando tenían que hacer la distribución de los oficios más importantes de la colonia, tales como buscar alimentos, examinar algún nuevo terreno, defender o proteger la colonia de intrusos, excavar túneles y cámaras subterráneas, reparar el nido y cuidar los huevos, las compañeras se las arreglaban de alguna manera, para que siempre le tocara a Orfila el servicio de cuidar los huevos de la reina, pues consideraban ese trabajo aburrido. Sin embargo, Orfila comprendía la importancia de proteger los huevecillos y las larvas, pues sabía que de ello dependía el futuro de la colonia.
Pero en ocasiones cuidar de los huevos y las larvas, era un trabajo muy extenuante, sobretodo cuando hacía mucho frío o había humedad, porque los huevos y las larvas debían ser mudados hacia otra cámara en mejores condiciones.
Un día que parecía iba a ser rutinario, tras un largo servicio, Orfila se había quedado dormida poco más tiempo del acostumbrado. Al ratito de despertar se percató de que no había otras hormigas en el hormiguero, ni siquiera su madre que con frecuencia estaba cerca de ella para evitar que la molestaran demasiado y pocas veces salía de casa. Así que supuso que algo muy serio debía estar ocurriendo por lo que decidió investigar.
Fue a la cocina, pero no vio a nadie:
-Qué extraño, aquí siempre hay alguien preparando los alimentos o cocinándolos. Dijo asombrada.
Caminó hacia el almacén. Entró con cautela mientras observaba con mucho cuidado el lugar. Entonces dijo:
– ¡Qué raro. Aquí siempre hay un grupo de hormigas ordenando las provisiones y distribuyéndolas en el almacén!
De repente recordó la cámara especial, el lugar donde la reina colocaba sus huevos, siempre custodiado y al que no se le permitía a casi nadie entrar. Quedaba justo delante de donde Orfila realizaba su trabajo.
Una hoja que hacía de puerta separaba ambas cámaras. ¡Estaba abierta, lo que pasaba era muy malo! Miro hacia el otro extremo, y los pequeños huevos y las larvas estaban solos y hambrientos.
¡OH, NO!,
–Exclamó rápidamente, mientras sus antenas hacían gran ruido por lo agitada que estaba, Orfila les dio de comer a las larvas y las durmió, acomodó mejor los huevos y salió del lugar dispuesta a averiguar qué estaba sucediendo. Se quitó las antenas para que no estorbaran.
Como no encontró a nadie en el hormiguero ni indicios de daños que dieran pautas de lo que había pasado, decidió subir a la superficie. Al hacerlo, vio algo que la asustó muchísimo. El espantoso oso hormiguero Gimo estaba colocando todas las hormigas en un cuenco, y lo peor: ¡Las hormigas estaban entrando por su propia voluntad!
El Gimo reía y decía:
– ¡Que genio soy!, “Me comeré un poco hoy y otro poco mañana, ya luego volveré por los huevos y las larvas”.
Mientras decía estabas palabras y se alababa a sí mismo, hacía sonar de cuando en vez, una varita de bambú perforada.
Orfila escuchaba la tonada… entonces entendió.
El oso Gimo tocaba esa flauta y tenía a todas las hormigas de sus de su colonia hechizadas, ¡Qué malvado era Gimo! Tocaba la música especial de la reina. Gimo sabía que la reina no estaba en el hormiguero y que las hormigas creerían que era ella quien les hablaba, mientras tocaba la tonada; pero como las antenas de Orfila eran de papel, el sonido se filtraba y no tenía en ella el efecto del hechizo.
-Debo hacer algo. –Dijo- ¡OH, ya sé!
Corrió al otro extremo del hormiguero para salir sin ser vista por Gimo. Llevaba consigo una espina bien larga, de hecho para ella era muy pesada. Con mucho cuidado se paró cerca de las patas de Gimo y la colocó para que…
-¡AY! ¡Me duele, me duele! Gritaba Gimo, mientras daba saltos y gritos de dolor.
Eso era lo que Orfila quería, que Gimo pisara la espina. Y zass!, al hacerlo, soltó el cuenco y la varita de bambú cayó colina abajo hasta el arroyo donde se hundió en el agua.
Todas las hormigas recobraron el sentido común y corrieron a protegerse en el agujero del hormiguero. Ya no había tanto peligro porque Gimo cojeando y gritando por el dolor, se alejaba. Todos en la colonia estaban felices y agradecidos de que Orfila las hubiera salvado.
Cuando la reina regresó, condecoró a Orfila por su valentía y la declaró Guardiana Oficial de la Ciudad de la Hormigas. Ante todos, Orfila se quitó sus antenas de papel por segunda vez y jamás las volvió a usar.
Orfila había demostrado que ser diferente puede ser provechoso, porque desde lo que cada uno es, siempre de alguna manera podemos ayudar cuando los demás no pueden.
Cuento de Ana Yaneth Barragán, publicado por UNICEF
Imagen editada por Jaime Rincón, con piezas de Pixabay.com
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