6:30 minutos. Los dos amigos y la horca es una historia sobre la lealtad y la confianza.
Los dos amigos y la horca
En un cierto reino, donde gobernaba un monarca conocido por tener tanto de severo como de justo, un rebelde fue condenado a la horca. Cuando el rey en persona le preguntó si tenía algún sueño que deseara ver cumplido antes de la ejecución, el hombre lo miró con un rayo de esperanza en los ojos.
-Tengo una petición para hacer a Su Majestad –dijo-. Hace varios años salí de mi aldea, y dejé allí a mi madre, quien vive sola. Mi anhelo es pasar unos días con ella para poder despedirme. Ese es mi único deseo.
El rey, percibiendo algo de malicia en esta petición, pero sabiendo que no podía negársela, aceptó concederla, a condición de que dejara como rehén a algún conocido. Tendría siete días para cumplir su misión, pero si al cabo de ellos no regresaba, el rehén sería ejecutado en su lugar. El monarca pensó que el condenado jamás encontraría a nadie dispuesto a asumir esa tarea tan temeraria.
Pero el insurrecto, sin vacilar, mandó llamar a su mejor amigo y le contó sobre el deseo que había expresado, así como la exigencia del rey para concedérselo. El amigo inmediatamente aceptó convertirse en el rehén que pedía el monarca, y así el hombre pudo salir hacia su aldea, sin ninguna vigilancia.
Enterado el rey del rumbo que había tomado la petición del condenado, no pudo reprimir una sonrisa irónica. Ante la curiosidad de sus cortesanos, les relató lo ocurrido en la mazmorra del palacio, y todos rieron de buena gana.
-Majestad –dijo uno-, si no te conociera, pensaría que estás bromeando. ¿cómo pueden unirse al tiempo alguien tan astuto con alguien tan ingenuo?
-Claro que parece una broma –respondió el rey-. Pero, aunque suene increíble, esta situación se presenta más seguido de lo que uno puede pensar.
Así fueron pasando los días, y se aproximaba la fecha de la ejecución. El insurrecto aún no llegaba, y el rey mandó llamar al jefe de la guardia para preguntarle por el estado del rehén.
-Majestad –le respondió-, se le ve muy tranquilo, y cuando le hemos preguntado, nos asegura que su amigo llegará a tiempo, según el plazo que le diste.
Ante esto, el rey simplemente sonrió, mostrándose escéptico.
El sexto día levantaron el patíbulo en la plaza principal, el cual era visible desde las celdas de los condenados. En la mañana del día siguiente debía cumplirse la ejecución.
Esa noche, los guardias observaron sorprendidos cómo el rehén se veía sosegado. A la hora acostumbrada, se durmió profundamente y se le oyó toda la noche respirar con tranquilidad.
Tan pronto amaneció, el monarca preguntó nuevamente por el rehén. El jefe de guardia le contestó:
-Anoche cenó con mucho gusto, asegurando que su amigo llegaría a tiempo. Esta mañana, desde muy temprano ha estado cantando alegremente.
En esta ocasión, el monarca ya no pudo burlarse. Moviendo la cabeza con tristeza, pensó que ese día debía ejecutar a un inocente, solo por el delito de creer en la bondad ajena. Pero él era el soberano y debía cumplir la ley.
A la hora de la ejecución, el rehén fue conducido al patíbulo, donde debía cumplirse la sombría ceremonia. Pero en contraste con los rostros de los presentes, todos conocedores de la historia, a él se le veía sereno y relajado.
El rey observaba con profunda extrañeza el comportamiento del infeliz hombre, y pensó que tal vez estaba enajenado. El verdugo procedió a colocar la soga alrededor del cuello del rehén y miró al monarca, esperando la señal. Éste miró por última vez al condenado, y lo vio sonriente, sin ninguna preocupación. Comenzó a abrir los labios para dar la orden de ejecución, cuando se escucharon los cascos apremiantes de un caballo, el cual se abrió paso entre la multitud, llevando en su lomo al insurrecto.
Tanto el rey, como el verdugo y todos los presentes, abrieron los ojos incrédulos ante la presencia del hombre que se apresuraba para llegar a su ejecución. Solamente el rehén miró tranquilamente, como quien sabe que un amigo puntual le está cumpliendo una cita.
Una vez el condenado se presentó ante el monarca, agradeciéndole por haberle concedido su deseo, se dispuso a subir al patíbulo para cumplir su condena. Pero el rey, conmovido por esa demostración de lealtad, otorgó la libertad a los dos hombres, poniéndolos como ejemplo ante todo el pueblo reunido.
Cuento anónimo indio adaptado para VCSmedia.net
Narración: Javier Hernández
Portada: Carlos Morales para VCSmedia.net
Tema musical: musica-Dexter_Britain-The_Time_To_Run_Finale
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