8 minutos de lectura. Gustavo Petro es el nuevo presidente de Colombia. Esto confirma el cumplimiento de la agenda planificada desde hace años por el foro de Sao Paulo.
Después de cuatro años de intensa campaña política, Gustavo Petro logró lo que muchos creían impensable: la extrema izquierda gobierna en Colombia.
Lo anterior nos trae a la memoria el primer postulado del manifiesto comunista de Marx y Engels: “Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo”. Pues bien, ese mismo espectro hace años recorre América Latina y, como una ola que arrasa todo, llegó a Colombia.
Ya al presidente Lasso de Ecuador, la izquierda le aplica la misma fórmula utilizada en Chile, Perú y Colombia para desestabilizarlo: las protestas sociales manipuladas hábilmente por expertos profesionales. Mientras tanto, Lula da Silva, después de haber estado preso por corrupción, espera ansiosamente su turno para retornar al poder en Brasil.
Pero mientras tanto, toda la izquierda regional que muy sabiamente ha llevado a sus países al desastre y la miseria, celebra la llegada de otro de sus miembros a la presidencia. Con Maduro y Días Canel a la cabeza, llueven las congratulaciones de Ortega, López Obrador, Alberto Fernández, Boric, y Castillo.
Pero por supuesto, el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla tampoco tardaron en manifestarse. Este triunfo es la mejor muestra de cómo su agenda se está cumpliendo a cabalidad. El espectro del que hablaba Carlos Marx parece imparable en nuestro continente.
Es un hecho que, la izquierda latinoamericana ha ido aprendiendo a través de los años, cómo llegar al poder para quedarse allí por siempre. Después de que las eternas guerrillas, especialmente en Colombia, fracasaron en su intento por imitar a Cuba, se vieron en la necesidad de tomar otro camino: el socialismo blando.
El “socialismo blando”, consiste en llegar a la presidencia por la vía democrática, aprovechar la aprobación inicial y crear un mecanismo para perpetuarse. Venezuela es el mejor ejemplo de ello.
Pero como no siempre es tan fácil, especialmente en un país como Colombia -víctima durante décadas de la violencia de la guerrilla de izquierda- la campaña de Petro debió, pacientemente, acudir a métodos que condujeran al mismo final.
Primero, valiéndose de periodistas afines a la izquierda, así como de influenciadores en las redes y un poderoso sindicato de maestros, se adoctrinó a toda una generación en contra de la llamada ‘oligarquía’ y el ‘uribismo’, a quien odiaban por su persecución a la guerrilla.
Una vez alcanzado esto y asegurado un muy buen caudal de votantes incondicionales, vinieron los pasos definitivos.
Los seguidores de Petro comenzaron las revueltas sociales violentas, que habían dado buenos frutos en Perú y Chile. Con ellas mostraban una imagen de inconformismo, a la vez que enviaban un mensaje amenazante para los indecisos.
Finalmente, ya en plena campaña, la táctica de la injuria, la calumnia y la agresión verbal a los contrincantes fue empleada con éxito para irlos apartando uno a uno del camino.
Simultáneamente la campaña hizo alianzas con grupos terroristas, políticos condenados por corrupción y todo aquel que pudiera ser útil. A los seguidores nada de esto les importó, pues lo importante era el ‘cambio’ prometido.
Así se logró un triunfo electoral, en medio de los escándalos y las pruebas de manejos sucios. “La línea ética se va acorrer un poco”, dijo Sebastián Guanumen, asesor de la campaña de Petro. Por supuesto, esta desafortunada frase nunca fue rectificada por el candidato.
Después de todo lo anterior, Colombia al fin sabe quién será su presidente a partir del próximo 7 de agosto. Y por supuesto, el mundo político se está moviendo rápidamente.
Sin perder mucho tiempo, el candidato derrotado, Rodolfo Hernández, a quien se le hizo una campaña sucia que logró desprestigiarlo, anunció que no haría oposición.
Esto no debe importar mucho, pues realmente no representa a la mayoría de los que votaron por él. El ingeniero era visto por quienes no querían el izquierdismo de Petro, simplemente como la única alternativa posible.
Pero rápidamente se unieron a la causa del “acuerdo nacional” convocado por el nuevo presidente, el Partido Liberal y muchos congresistas de diferentes partidos. Todos ellos, ávidos de participar en la repartija de puestos y presupuestos. La eterna mermelada colombiana.
Todo esto sucede dentro del prometido ‘cambio’. Este ‘cambio’ es tan profundo, que incluso miembros del partido conservador han anunciado su adhesión al nuevo gobierno. Esto provocó que el presidente de dicho partido, Omar Yepes, anunciara su dimisión.
Con todas estas adhesiones, Petro asegura una mayoría en el congreso que le permitirá llevar a cabo sus propuestas de campaña. La única oposición que tendrá va a ser la del disminuido Centro Democrático y algunos otros congresistas que aún tienen principios.
Esto nos enseña una clara radiografía de la clase política que impera en Colombia. Siempre dispuesta a pactar con Dios o con el diablo. Lo que realmente les importa es, salvaguardar sus intereses. La izquierda radical conoce esto de sobra, y ha sabido capitalizarlo.
La mejor muestra de ello es el nuevo presidente del senado: Roy Barreras. Este senador ha militado por casi todos los partidos, cruzando sin rubor los diferentes espectros. Desde el Uribismo criticó fuertemente a Petro, haciendo ver que era la representación del castrochavismo en el país.
Sin embargo, Roy Barreras ahora, desde el Pacto Histórico, dirigió la campaña de desprestigio contra los rivales de Petro. Una de sus consignas permanentes y, por supuesto exitosas, fue acusarlos a todos de ‘uribistas’.
Pero ya sabemos que la línea ética para los líderes del ‘cambio’ se puede correr lo necesario, si se trata de cumplir los objetivos. Por lo tanto, Roy Barreras ya tiene su premio, y todo sigue igual. Obviamente, dentro del ‘cambio’.
De todos modos, buscar alianzas cuando no se tienen mayorías es algo que se encuentra dentro del juego político. Pero no es admisible que quienes tienen claro qué ideas representa la nueva presidencia, no duden en adherirse a ella.
Desafortunadamente esto no va a llevar a nada bueno. Mientras estos políticos oportunistas pactan por sus intereses, la izquierda en el poder tiene objetivos claros. Es obvio que, al comienzo, va a mostrar una cara amable y democrática. Se trata, según se dice, de un gran pacto por la patria.
Esto pone felices a muchos, ya sea por interés o por ingenuidad. Pero debemos recordar que así fue el comienzo de Chávez. Seguramente estos políticos, después de vender sus conciencias, llegarán a ver que pavimentaron el camino hacia el desastre. Cuando ya no sean necesarios, seguramente serán desechados y las consecuencias las sufrirán todos los colombianos.
Finalmente debemos preguntarnos qué futuro espera a Colombia y a nuestro continente. Seguramente vendrán años duros, como se ha visto en otros países, donde quienes pueden, han buscado mejores brisas en otros continentes. Porque en América ya no hay hacia donde emigrar.
Sin embargo, tampoco se puede perder completamente la esperanza. El radicalismo de izquierda en Latinoamérica ha provocado el surgimiento de nuevos líderes de derecha, que ya entienden que las palabras suaves y conciliadoras no sirven con una izquierda que no respeta nada.
Vemos cómo Javier Milei avanza en Argentina, López Aliaga en Perú, José Antonio Kast en Chile y por supuesto, la misma María Fernanda Cabal en Colombia, representan un caudal de población que entiende los peligros que representa el comunismo.
Así mismo, Jair Bolosonaro ha llevado a cabo una exitosa, así sea controvertida, presidencia en Brasil. Los próximos comicios en ese país, el más importante de Latinoamérica, serán definitivos.
Al margen de esto, hay que concluir que los resultados electorales de Colombia, que tanta expectativa despertaron en la región, no son alentadores.
Sin embargo, no debemos olvidar que medio país votó en contra del cambio propuesto por Gustavo Petro. Y ese medio país, aun en contra de los políticos en los que ha creído, estará pendiente del camino que tome el nuevo gobierno.
Porque tal vez Petro quiera conducirnos por la senda que llevó a Venezuela al abismo. Pero no lo va a tener tan fácil.
Escrito por Carlos Morales Galvis
Foto wikimedia commons
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