Actualmente, mucha gente en el mundo habla de la pérdida de valores morales y sociales y que la sociedad estaría en riesgo por ello. Pero el inconveniente es que muchos de los preocupados no saben a fin de cuentas qué son los valores morales, ni cómo y porqué se perdieron.
En el presente artículo hacemos una observación de lo que significan los valores y hacemos un recorrido por nuestra historia reciente para advertir la ausencia de ellos.
A pesar de que muchos no saben cómo definir ‘valores morales’, invariablemente se han relacionado con algo bueno, correcto y valioso, e inherente al ser humano. Estos existen dentro de uno porque fueron fundados desde la cuna y reforzados durante la vida. Por eso, en el pasado la gente no se preguntaba si algo era moral o no, sino que interiormente lo sabía y actuaba en consecuencia.
Es así que, podemos entender los valores morales como esos principios que se aplican en la vida diaria para guiar a los individuos, orientar sus decisiones, juicios y acciones, que dan la certeza acerca de lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo. Orientan el comportamiento humano para que el individuo se realice como persona, al elegir sabiamente sobre su vida.
Entre los valores más conocidos podemos incluir los familiares (generosidad, gratitud, respeto a los mayores, a la autoridad, a las tradiciones, etc.), los espirituales (la Fe, la veneración, la devoción, el respeto a Dios), los personales (verdad, lealtad, honestidad, decoro, autoevaluación, autocuidado, autovaloración, etc.) y los socioculturales (civismo, solidaridad, empatía, caridad, pensar en el otro, generosidad, tolerancia).
En las últimas décadas, se ha visto una pérdida gradual de estos valores, tornándose la sociedad porosa y débil. En medio de esta carencia, las personas buscan respuestas en los espacios equivocados: en ideologías perversas y políticas materialistas.
Esta es la razón por la cual las personas no ven a los demás como sus semejantes, repudian lo tradicional, enaltecen la ciencia y parecen desafiara lo divino. Esta arrogancia ha dañado la mente, en especial de los jóvenes haciéndoles creer que merecen tener todo sin trabajo ni esfuerzo, que se pueden comportar como deseen porque la moral es relativa, y que tienen derecho de buscar la libertad a cualquier precio.
El vacío interior, lleva a las personas al fanatismo, baja tolerancia a la frustración, al descontrol sexual, al uso de drogas y alcohol, y a tomar decisiones egoístas como el aborto, los divorcios, la deserción laboral, la prostitución, el tráfico de drogas y el abandono infantil. Son presa fácil de grupos violentos que les inculcan una ideología de odio y destrucción como la solución a los problemas sociales, deshumanizándolos totalmente.
Y, no es solo que se hayan dejado los valores a un lado, lo más grave es que se los han invertido. Lo que antes era bueno y estético, ahora es malo y feo. Lo perverso ahora es respetado, la feminidad de la mujer y la masculinidad del hombre, que daban equilibrio a los hijos, fueron reemplazados por un modelo híbrido que no es ni hombre ni mujer. El arte verdadero es reemplazado por la simplicidad y el mal gusto.
La comunicación interpersonal ya no es importante, pues es reemplazada por monosílabos e imágenes a través de los dispositivos móviles. El lenguaje ha sido deformado a medias palabras o signos, ya no se expresan sentimientos con palabras sino con emojics.
Ahora la vulgaridad, la grosería y la chabacanería son consideradas de elegantes, con el argumento de valoración popular. El internet ha sustituido las aulas y los institutos de formación pues ya no se necesitan largos años de estudio, por lo cual la parte intelectual ha reducido sus estándares. La espiritualidad ha sido reemplazada por la liviandad de lo esotérico y sobrenatural, porque dan soluciones fáciles y mágicas. La religión que se impone es una mezcla de todo: ideas cristianas, budistas, judías, hindúes, estoicas, científicas, etc.
La salud mental está afectada, pues la drogadicción y el alcoholismo han tocado niveles extremos, intensificándose la violencia intrafamiliar. Los hijos se han vuelto dependientes de los padres hasta la adultez, con inestabilidad laboral y afectiva. El tedio, el aburrimiento y la falta de sentido de la vida los lleva a la depresión y tratan de salir de ella por cualquier medio; el suicidio es una opción.
La crisis de valores se evidencia en el exterior de las personas, en su modo de hablar grosero e insolente, relaciones cortas y superficiales, vestido descuidado. Todo en ellas es extremo.
A nivel social también se puede advertir deshonestidad política, corrupción en la industria, en la salud y las organizaciones públicas, privadas y religiosas. Se daña el medio ambiente en forma abusiva por el apetito de los poderosos y la indiferencia del pueblo; y quienes salvaguardan la ecología, lo hacen en forma fanática como una nueva religión, llevando su bandera de intolerancia y violencia.
Pero, ¿a qué se debe este hundimiento moral?
Parece que todos hemos echado leña al fuego. Quienes en el pasado tenían cierto código moral, ahora se han convertido en máquinas de estrés diario, con una apatía extrema que les impide rebelarse e impedir que la sociedad siga esta caída. Consideran que es molesto hablar de rescatar los valores y luchar por las convicciones, es más fácil dejar eso en manos de la tecnología, las redes sociales y los educadores. Quizá esto sea porque se priorizó la materia sobre el espíritu.
Esta desidia de ‘los buenos’ pasa la cuenta de cobro cuando somos víctimas de gobernantes corruptos o de jóvenes intolerantes.
Desafortunadamente, muchos padres son ausentes o indiferentes, preocupados por sus propios asuntos, y maestros sin vocación inculcan a los jóvenes resentimiento social y ateísmo.
Los medios de comunicación y las redes sociales son portavoces de los antivalores, y refuerzan temas de libertades individuales y crean tendencias destructivas. El cine y la TV o la internet, llevan a los hogares violencia, sexo promiscuo, pornografía y violencia.
Por su parte, hay Estados enclenques que apoyan tendencias globales donde las minorías gobiernen a las mayorías y aplican políticas extranjeras inmorales, sin preocuparse por las necesidades reales de sus ciudadanos.
¿…y si no se recuperan los valores?
Los historiadores atribuyen el colapso de las civilizaciones a la enfermedad, las estadísticas demográficas, la destrucción del medio ambiente, la corrupción política, el estancamiento económico, la inmigración masiva o las invasiones extranjeras. Pero, ¿acaso no son todas estas causas, en sí mismas, la manifestación clara de la inmoralidad?
Por otro lado, hay creencias orientales antiguas que hablan del “fin de Fa” o fin de la Ley, que se refiere al tiempo cuando la moral del hombre ha caído tanto, que ya no hay Fa o Ley en el corazón para restringirse; está tan malograda la humanidad que no hay sabiduría alguna con el poder de salvarla. Las profecías bíblicas, budistas y de profetas de varias creencias alrededor del mundo, anuncian una ‘catástrofe final’ o última tribulación, una limpieza que sucedería antes del comienzo de un nuevo universo.
Rediseñando una nueva humanidad
Muchas personas, especialmente jóvenes, quieren revertir la situación y solucionar el daño, pero no saben cómo hacerlo porque es una tarea gigantesca.
Para salvar la sociedad, es necesario hacerse como se repara un tejido, puntada por puntada. Hay que hurgar en el pasado, en las tradiciones y las creencias rectas. Esto requiere revivir la historia cultural, con sus valores de lealtad, dignidad, fraternidad, justicia, verdad, bondad, etc, y emprender el camino de retorno.
Familias y escuelas deberían desarrollar programas de formación centrados en la vida y el respeto, enfatizando el espíritu y la fe inquebrantable en Dios, y en sus sabidurías eternas. Enseñar a mirar en sí mismo; reconocer errores y cambiar, es el mayor legado que puede dejar una educación fundada en los valores.
Así mismo, los formadores deben realizar acciones que inculquen el respeto a los derechos ajenos y a ser considerados con los demás, por el solo hecho de que son humanos. También respetar y llevar a cabo acciones de recuperación del medio ambiente, animales, plantas, y cuidado de los bienes públicos.
La familia tradicional debe ser recuperada, desde su significado como eje de la sociedad, hasta la restauración del matrimonio, los roles de padres y madres, armonía de pareja. Aprender a tener una visión positiva de la vida, con discernimiento para no dejarse influenciar por corrientes y políticas modernas, totalmente negativas e inservibles.
A nivel particular, fomentar en los jóvenes el auto respeto, la autocrítica, y la autovaloración, aspectos que los protegerán de caminos desviados y les permitirán adquirir conciencia sobre la misión protectora que deben cumplir como seres humanos, con el planeta y la vida.
Son misiones de los Estados soberanos fomentar el civismo, el orgullo por la patria y la historia, el amor por la cultura ancestral, y el respeto por los pueblos y las fronteras.
Aún hay tiempo de poner un freno y restaurar los valores morales. Como seres humanos tenemos la capacidad transformar la materia y el espíritu con solo una elevación de la conciencia.
Si el hombre reconoce su divinidad y asume su responsabilidad para con los otros seres, responsabilidad otorgada desde antes de su nacimiento, podrá tomar el camino de retorno y reconquistar su verdadera esencia. Pero primero requiere aceptar que existe un vacío de valores y luego tomar las medidas que crearán una nueva sociedad.
Redacción VCSradio