Dice don Nicanor…


Dice Don Nicanor…

Pobre Pacheco, de tanto pensar se fue secando y poquito a poquitco se transformó en un fantasma.

Demasiado mirar hacia adentro le va a hacer mal, sentenciaba Don Nicanor, con la autoridad que le daban los años y el ser el dueño de los recuerdos de Monte Chico.

Y no debe haber estado tan a errado a juzgar por los hechos que indudablemente ocurrieron.

Claro que debe haber tenido alguna pena que llevaba pegadita del lado de adentro del alma… quien sabe.

Pero lo cierto es que Pacheco siempre fue de carácter reservado y melancólico pero cada tanto alguna sonrisa se le pintaba en su cara seria y enjuta, alguna alegría se llevaba a la cama, de vez en cuando.

Pero este último tiempo bastaba mirarlo para sentir que una oscuridad infinita le iba ganando terreno y se lo veía siempre sólo, aunque anduviera rodeado de paisanos.

La vida, decía murmurando para sí mismo, es apenas un escupitajo en el mar, apenas un pis en el río más ancho del mundo.

Andamos a las corridas, afanándonos en comprar baratijas y criar al ternero más gordo, pero al final, vamos a estirar la pata y no nos vamos a llevar nada…

Pero inmediatamente, pedía una caña y, por lo general, retornaba al redil, sin mayores tormentos.

Pacheco solía desaparecer durante días y nadie sabía dónde iba y en realidad muy pocos se percataban hasta que lo veían regresar, siempre al amanecer, en silencio y derecho a su casa, donde permanecía el resto del día, como recuperándose de vaya a saber qué cuita.

Alguna vez dijeron haberlo visto medio en pedo a lomos de su manchadito, rumbo al pastizal de los Hernández y no faltaba quien conjeturara con algún amor clandestino.

Pero el espíritu racional y taciturno no apoyaba ninguna de esas hipótesis tejidas más por aburrimiento que por interés.

En realidad, Pacheco se iba yendo del pueblo de a poco, como disimulando su partida definitiva, para que no se lo extrañe cuando ya no aparezca más.

Cada regreso de sus desapariciones, volvía un poco menos Pacheco, como si dejara parte de su esencia en algún lugar y la gente del pueblo empezó a sentirlo cada vez más ausente; comenzó a ignorarlo casi sin notarlo, como se ignoran las telarañas que cuelgan en el cielo raso o el ruido de fondo de un día cualquiera.

Y un día Pacheco no regresó más. O, mejor dicho, el que regresó fue el fantasma del Pacheco, al que ya nadie esperaba, ni extrañaba y ni siquiera recordaban.

Claro que eso es lo que cuenta Don Nicanor, con la autoridad que le dan los años y de quien se sabe dueño de los recuerdos.

Lo que cuenta Pacheco, es otra historia. Y la cuenta cada noche desde que llegó al pueblo de Cuaresma, apoyado en la barra, con la mirada perdida, como buscando verdades en el fondo de un vaso convidado.

Él cuenta sobre un pueblo que se fue muriendo de a poco, al que le faltaban horizontes y le sobraban pretensiones. Pacheco cuenta sobre un pueblo que dejó cuando se llenó de fantasmas.

Escrito por José Pablo López para www.es-visiontimes.com

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