Mi derecho termina donde empieza el de otro, ¿una verdad obsoleta?


Tiempo de lectura aproximado: 6 minutos. En medio de conflictos como el que estamos viviendo en Colombia, las personas suelen olvidar los derechos ajenos y por eso se producen tantos atropellos de lado y lado…


Desde el pasado 28 de abril, Colombia se ha visto sumergida en el caos y el desorden de lo que parece un ensayo de revolución. Las marchas y las protestas promovidas por líderes de izquierda cogieron impulso propio y ahora parecen no tener un objetivo común… al menos, en apariencia.

Pero más allá de las causas de esta ola de protestas, sobre las cuales ya se ha hablado suficientemente, no se puede ignorar un hecho que cada día toma más relevancia: ¿Cuál es el límite de nuestros derechos como ciudadanos?

Esto es porque la respuesta puede ser muy diversa, dependiendo de a quién se le pregunte. Seguramente los vándalos que asaltan comercios y queman estaciones de buses o de policía alegarán que están en su derecho de atacar la propiedad capitalista opresora. Pero eso, ¿perjudicando a pequeños comerciantes que ven esfumarse el producto de su trabajo de toda una vida? ¿O impidiendo el derecho a la movilización hacia sus sitios de trabajo de quienes necesitan llevar un mercado a su casa?

También te podría interesar Imagen de Colombia en el exterior, mentira y realidad

Pero vamos a otro hecho: cuál prevalece, ¿el derecho a la protesta pacífica cerrando las vías, o el derecho a la libre movilidad del ciudadano que necesita trasladarse de un punto a otro de la ciudad?

Lo mismo se puede decir del cierre de accesos a las grandes ciudades. Dejar a una ciudad de más de dos millones de habitantes como Cali, incomunicada y expuesta al desabastecimiento, ¿es un legítimo derecho? Así, ¿se presiona al gobierno, o se vulneran las libertades de esos dos millones de personas?

Pero, ¿es legítimo provocar la muerte de pacientes que no pueden llegar a un hospital porque la ambulancia que los transporta es detenida y vandalizada? Esto ocurrió, aunque parezca increíble. Todos lo escuchamos en las noticias, pero organismos de derechos humanos no se pronuncian para nada.

Y es que en la medida en que transcurren los días con un paro que no tiene fin, la situación se torna más grave. Comienzan a escasear las vacunas contra el covid 19, en Bogotá se anuncia una escasez de agua potable, a Cali no está llegando la comida, en fin, las personas que no salen a marchar y solo esperan regresar a la normalidad se ven cada día más acorraladas.

Claro que la sensación de acorralamiento no solo es por todo lo expresado arriba. Se trata de que comienza a tenerse una sensación de inseguridad, cuando los discursos incendiarios y las falsas noticias que corren por las redes intimidan constantemente a quienes no comparten completamente lo que ocurre. Incluso quienes están de acuerdo con las protestas, pero llaman a la calma y al diálogo, son tildados de tibios y carentes de empatía.

Esto es porque muchos de quienes se manifiestan pacíficamente y jamás provocarían un incendio, de todos modos, al tomar partido justifican a los vándalos y saqueadores, exigiendo que la policía no debe intervenir, pues se trata de una forma de protesta.

Finalmente, al día de hoy, no se les ve a los organizadores del paro mucho interés en sentarse a dialogar con el gobierno. La supuesta concertación se ha estado dilatando día a día, y ya muchos perciben que el interés real no está en obtener algunos beneficios para el pueblo, sino en crear una crisis que afecte seriamente al gobierno.

Tal vez en un comienzo se trataba de buscar ventajas ante las elecciones de 2022, pero ahora da la impresión de que existe cierto interés en precipitar los acontecimientos para lograr algo más inmediato.

Pero también se comienza a ver, como ocurrió en Cali con la llegada de la minga indígena, que se están abriendo brechas en la sociedad civil. El discurso de odio promovido por los líderes de la oposición (quienes salen a decir al exterior que la policía anda por las calles buscando a quiénes sacarle los ojos), está calando tan hondo, que tiende a volverse irreversible.

Naturalmente, de continuar por este camino, llegará el momento en que todos piensen que los derechos ajenos no valen nada frente a los propios. Y entonces, el odio habrá obtenido lo que siempre pretendió: un país en caos para apoderarse de los despojos.

Editorial VCSradio.net

Foto Pxfuel